Hay veces que en la más absoluta intimidad me pregunto el porqué de esta necesidad de escribir que me acompaña desde que era bien pequeña. Y puede ser que haciéndolo me conceda el permiso de ver el mundo de otra manera.

Cada mirada tiene una forma distinta de ver el mundo y es en esa particular forma de mirar de cada uno donde radica la individualidad y la vida se enriquece con la diversidad. Así que tú miras y la decepción de lo que ves es solo tuya; o miras y el regocijo que te produce lo que miras es personal e intransferible.

En estos breves y merecidos días vacacionales, con la fresquita, trasteando con la enredosa manguera de riego a la vez que llevaba mi mirada y mi pensamiento más allá de la monotonía…, entre las ramas de un naranjo me encontré muy en la punta, demasiado a la vista, el nido de un pájaro haciendo malabarismos con el viento. Y puede que haya miradas que solo vean un nido y sigan poniendo su atención en otras cosas, pero mi necesidad de ad-mirarlo me hace que deje de ver todas las otras cosas y poner mi atención en el nido, empezando a contemplar de otra manera porque imagino, fantaseo y me evado, y ahora más ya que dispongo de un hermoso tiempo para perderlo.

Así que sin moverme de delante del descubrimiento y llevando mi brazo de un lado a otro para no regar en una sola dirección, me puse a elucubrar yo sola. Comencé pensando que, al igual que las construcciones necesitan unos buenos pilares en los que poner cimientos, un nido no puede hacerse en cualquier lado, eso lo saben los pájaros, y este me pareció un nido de un pájaro arriesgado, como quien construye en el filo de un acantilado.

Me fui acercando disimuladamente, como si no prestara atención a lo que realmente me la había robado, no fuese a asustar a la "mamá" si estaba dentro. En un principio, percibí que el nido estaba deshabitado y llevada por mi curiosidad de principiante ornitóloga dejé la manguera regando el césped, cogí la rama cuidadosamente, la bajé hasta que mi mirada pudo encontrar lo que había dentro y, claro, dentro lo que había era un diminuto huevo. Sobresaltada, volví a llevar con miramiento la rama a su sitio entusiasmada con el descubrimiento y lo dejé columpiándose. Al filo del precipicio oscila el origen de una nueva vida.

Quizá por eso escribo.

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