Que los terroristas del ISIS tienen entre sus diabólicos objetivos el destruir todo vestigio de civilización, lo tuvimos claro cuando vimos dinamitar los Budas de Bamiyán en Afganistán o el saqueo del yacimiento romano de Palmira en Siria. Una sucursal del ISIS en la República de Mali, el grupo Ansar Dine (Defensores de la Fe) conquistó a principios de 2013 la mítica ciudad de Tombuctú. El enclave contaba con cerca de 45 bibliotecas, desde pequeños archivos privados hasta colecciones de más 10.000 volúmenes, un total de casi 400.000 manuscritos, algunos de ellos piezas de la literatura medieval únicas en el mundo que ahora estaban en peligro, a causa de los fanáticos.

En 1467, Ali Ben Ziyad al-Quti partía de la ciudad de Toledo con su familia rumbo al exilio. Este noble musulmán, que finalmente se instaló en Tombuctú, se llevó una escogida selección de documentos escritos en hebreo, castellano y árabe, su biblioteca particular. Con los siglos y las generaciones, esta original colección en la que se recoge una parte de la historia de Al Andalus ha vivido numerosos avatares, aumentando de tamaño hasta llegar a los 12.714 manuscritos de los que se compone en la actualidad. Es el llamado Fondo Kati. Su propietario Ismael Diadié Haidara contempló horrorizado como comercios, bancos, sedes de la Administración, farmacias, todo era pasto de robos y saqueos y tomó la heroica decisión de salvar los manuscritos que su familia había conservado durante siglos. No fue fácil. En baúles metálicos, entre hojas de tabaco para preservarlos de los insectos, los manuscritos viajaron clandestinamente por carretera y en canoas por el río Niger hasta Bamako, donde estaban seguros. Por otros métodos se transportaron también las estanterías. Como la Biblioteca Andalusí, la sede en Tombuctú de los libros, estaba permanentemente vigilada, tuvo que dejar algunos libros a cargo de Baba Pascal Camara, su chófer y amigo. Este, con gran habilidad, supo esquivar a las patrullas y conservó los libros encomendados a su custodia.

Otro héroe, el doctor Abdel Kader Haidara fue capaz de concertar a 35 familias de la ciudad, para hacer la mayor operación conocida de fuga de libros. En 2.400 cajas metálicas que se estima contenían 285.000 ejemplares, los manuscritos fueron depositados en casas privadas de la capital. Si destruir libros es el símbolo de la barbarie, conservarlos es creer en el futuro de la Humanidad.

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