En los cursos de oratoria se enseña que hay algunas palabras que son tabú a la hora de hablar delante de un auditorio. Una de ellas es sexo, otra cáncer. Está comprobado que al oírlas en medio de un discurso, no puedes evitar que tu mente se distraiga, aunque sea unos segundos y pierdas el hilo argumentativo. Una especialmente peligrosa es vacaciones. La evocación de un tiempo de añorado descanso, hace que te pongas a pensar, por ejemplo, en cuanto tiempo te falta para cogerlas, adonde irás y con quién. De vuelta a la realidad, seguro que estás de otro humor para la escucha.

El tiempo de vacaciones en el Campo de Gibraltar, por culpa de nuestra especial geografía, nos convierte a todos en hombres del tiempo, elucubrando si esa brisilla que está soplando, será de levante o de poniente. Con poniente en Algeciras, te entrará por la ventana un rayo de calor asfixiante, mientras que en Tarifa tendrás que echarte una colchita para dormir. Cuando cambian las tornas, viceversa. Pero en el verano también hay tiempo para la magia y aparte de recrearte en las abundantes bellezas naturales, si te fijas bien, descubrirás algún pequeño milagro.

En la playa, un niño pequeño gatea embadurnado en arena, bajo la atenta supervisión de sus padres. Es gordito, con el pelo muy rizado y bajo el bañador, abulta el pañal. De repente se yergue y comienza a caminar con tímidos pasos. La madre no puede reprimir un grito de alegría: ¡Está andando solito! Los padres lo alcanzan, lo besan y el resto de la tarde se la pasa, caminando de la mano de la madre y de su hermanita mayor. Poco a poco va descubriendo los trucos para mantener el equilibrio sin caerse y en la arena de la bajamar queda impresa la huella de su pié por primera vez, a la espera de que la próxima marea la borre para siempre.

Siempre he pensado que las puestas de sol son el único espectáculo grandioso que es gratis. Sentados en el borde del paseo marítimo, las parejas se agolpan, esperando ese momento romántico al que ninguna persona se puede sustraer. La emoción va subiendo de grado a medida que el logotipo de El Ocaso, se zambulle en la mar. En el tiempo justo, una pareja se besa en la boca y se produce el milagro, en medio de una orgía de luz dorada y la postal cursi, se transforma en un cuadro de Vermeer. Yo estaba allí y doy fe.

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