Mil sueños

A través de la mirada limpia de Celia, Elena Fortún dejó un testimonio tan conmovedor como verdadero

La misteriosa reaparición, por obra de una donación anónima, del manuscrito de Celia en la revolución, la excelente novela en la que Encarnación Aragoneses Urquijo -más conocida por su nombre de pluma, Elena Fortún- recreó su experiencia de la Guerra Civil a través del popular personaje nacido en las páginas de Gente Menuda, se suma al ya novelesco historial de peripecias de un libro que tardó décadas en ver la luz desde que fuera acabado por la autora en el verano de 1943, durante su exilio en Buenos Aires. Publicada por primera vez en 1987, en una edición de Aguilar que pasaría relativamente desapercibida, la novela no adquirió plena visibilidad hasta que fue reeditada por Renacimiento en 2016, con sendos prólogos de la estudiosa gaditana Marisol Dorao, biógrafa de Aragoneses -Los mil sueños de Elena Fortún- y descubridora y primera editora del libro traspapelado, y el escritor Andrés Trapiello, que con razón ha calificado la aventura perdida de Celia como una de las grandes novelas sobre la contienda. A la propia Dorao, que fue una niña fascinada, como tantas y tantos otros, por las historias de su biografiada, se debió la recuperación en el mismo año, poco antes de su muerte, de otra novela hasta entonces inédita, Oculto sendero, que como la aún desconocida El pensionado de Santa Casilda -según han anunciado María Jesús Fraga y Núria Capdevila-Argüelles, continuadoras del trabajo de Dorao y directoras de la Biblioteca Elena Fortún de la editorial sevillana- gira en torno a la homosexualidad de la escritora. Ni ella misma en vida ni después, por citar a una fiel devota de Celia, su admiradora Carmen Martín Gaite, autora de un iluminador ensayo sobre las chicas raras en la narrativa de posguerra, hablaron expresamente de las inclinaciones lésbicas de Fortún, que en la segunda de las novelas rescatadas, una velada autobiografía, firmada con el seudónimo de Rosa María Castaños, se encarna en el drama íntimo de una pintora que no acepta los obstáculos a su desarrollo personal ni se reconoce en los modelos femeninos de la época, la con todo avanzada España de anteguerra. De hondas convicciones republicanas, aunque ajena a la militancia partidaria, Fortún ofrece en el borrador ahora reaparecido la más dramática aventura de Celia, que reproduce la suya en el Madrid asediado, o también en Valencia y Barcelona. A través de la mirada limpia de la adolescente, que cuenta lo que ve sin tendenciosidad de ninguna clase, los crueles efectos de los bombardeos de la aviación franquista pero también los crímenes de los milicianos y el terror de las checas, Fortún dejó un testimonio admirable, tan conmovedor como verdadero.

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