Hace unas cuantas décadas, vivimos la edad de la inocencia en internet. Todo empezó con unos aparatos, germen de lo que luego iban a ser los ordenadores personales, llamados Spectrum. Todavía guardo el mío por algún altillo. En él, hacíamos nuestros pinitos. programábamos en Basic y guardábamos los datos en una cinta de casete. Luego llegaron los ordenadores de verdad, los teléfonos móviles y el código máquina que nos permitía aprender su funcionamiento, de manera intuitiva. Nunca los españoles habíamos sido muy partidarios de leer los libros de instrucciones, así que nos pusimos manos al teclado y entró en nuestras vidas el verbo "bichear" que era nada más que un prueba-fallo, con el que nos aviábamos. Internet era un campo sin vallas en el que podíamos comunicarnos, aprender instantáneamente con la Wikipedia, bajarnos libros y canciones y lo mejor es que era: ¡gratis!

En paralelo, veíamos subir en la lista Forbes, ya saben la de los archimegamillonarios, a Bill Gates, Zuckerberg, Steve Jobs, Wozniak y demás colegas de las tecnológicas, desplazando a los gigantes del acero o el petróleo. Algunos nos preguntábamos de dónde sacaban tanto dinero estos tíos. El salto gigante lo dieron mediante el Big Data y ahora con la Inteligencia Artificial. De repente, las redes han empezado a ser manejadas por Bots, la abreviatura de robots, y nos sorprenden cuando buscamos información sobre alguna ciudad, con multitud de anuncios no solicitados, con ofertas de viajes, hoteles y coches de alquiler. Otros dialogan, como las muñequitas de las páginas de Ikea o Renfe, hacen transferencias bancarias o buscan informaciones. De las ocho categorías de bots que existen, la mitad son perniciosos. Los malos roban información, hackean y sobre todo facilitan la transmisión de la posverdad, que no es más que la mentira de siempre en toda su amplia gama: mentira propiamente dicha, verdad a medias, globo sonda, chisme, patraña o calumnia, puestas en órbita por la mayor fuerza propulsora que se ha conocido, que son las redes sociales. El contacto con Instagram, Facebook o Twitter la convierte en un veneno que se expande peligrosamente. Las llamamos fake-news e inundan nuestras vidas hasta tal punto que han ayudado al Brexit o a Trump a vencer. La fortuna, la han hecho los tunantes, comerciando con nuestros datos personales y eso es un delito. Por eso ha venido Zuckerberg muy modosito, a pedir perdón a la Comisión Europea. Como Miguel de Mañara, va a hacer un hospital para pobres, pero antes hizo a los pobres.

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