Mendigos

¿Quién vindicará su vieja, su sagrada libertad, en la que aún no pesa el yugo, utilitario y servil, de lo 'abertzale'?

Al tiempo que se consuma el anschluss del nacionalismo vasco sobre Navarra (cada cual elige cómo quiere figurar en la Historia, y la señora Chivite parece que ya ha escogido su lugar en ella, no del todo envidiable), al tiempo, digo, que la comunidad navarra se desliza hacia su conversión en apósito y despensa del sabinismo, he aquí que hemos tenido noticia de un llamativa propuesta, formulada en una ciudad de Suecia, que nos retrotrae a los tiempos de Erasmo y la Protesta: el alcalde socialdemócrata de Eskilstuna, que así se llama este burgo hiperbóreo de cien mil almas, exige una licencia a los mendigos para ejercer su viejo y venerable oficio.

Cuenta Bataillon, en su Erasmo y el erasmismo, que algunas ciudades alemanas y flamencas quisieron poner a trabajar a los mendigos -o en su caso, despacharlos con un breve viático- para paliar aquel grave problema que afligía a Europa, debido a la constante sucesión de guerras, pestes y hambrunas. Uno de los instigadores de tal idea fue nuestro Luis Vives, el amigo de Erasmo y de Tomás Moro, que veía como una lógica retribución este secuestro de mendigos -mendigos que Sebastian Brant había retratado, no sin aspereza, en La nave de los locos- para subvenir a las costas de las ciudades. Mas he aquí que cuando Brujas y otros burgos arbitraron este tipo de medidas, Felipe II las prohibió, por ir radicalmente contra el libre albedrío de mendigos y vagamundos (los entusiastas de la Leyenda Negra deberán aquí desviar púdicamente la mirada). En fin, el caso es que el señor Jansson, alcalde de la ciudad, sólo intenta poner algo de orden y claridad, desentendiéndose del terrible asunto de la mendicidad; de modo que el canon propuesto es una forma de dificultar su práctica, o, si lo prefieren, una actualización del antiguo viático, que se recibía a cambio de seguir camino hacia otra parte.

Toda esa mendicidad libérrima y errante, defendida por Felipe II, es la que aparece por primera vez, con señera individualidad, en el Lazarillo de Tormes. Un siglo más tarde, aquella individualidad afligida asomará, con la novedad añadida de la infancia, a los espléndidos y sobrecogedores lienzos de Bartolomé Esteban Murillo, a quien no se ha querido entender en su profunda originalidad humana y pictórica ¿Qué viático recibirán los navarros no lustrados por el agua pura del nacionalismo? ¿Y quién vindicará su vieja, su sagrada libertad, en la que aún no pesa el yugo, utilitario y servil, de lo abertzale?

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