En las películas que recuerdo de Fernando León de Aranoa la verdad se suele mostrar directa, sencilla y dura. Amador, que es la última que de él he visto, es una de ellas. Pasado el tiempo por segunda vez la visioné este domingo en la silenciosa sala de casa. Revisando ahora sus críticas, hechas allá por el año 2010, la mayoría no son nada favorables: "Un guión donde la apuesta por el humor negro no se lleva hasta sus últimas consecuencias… ruinas de un relato envasado al vacío… impostada, en la periferia de los verdaderos sentimientos… su moraleja da grima…" La verdad, menos mal que la vi sin antes haber leído todo esto ya que de alguna manera supongo me hubiese influido viniendo de "entendidos". O no. Ninguna de las palabras que leo hubiese utilizado, tal vez porque no sepa ser crítica con las obras ajenas. Me gustan o no, sin acritud. Quizás fuese que no pidiera demasiado para una serena noche de domingo; lo más seguro es que no tenga ni idea del profundo entramado que el cine encierra, como tampoco lo tengo del que encierra la pintura o el de la música clásica, o si me apuras incluso no sabría hacer una concienzuda crítica de libros que leo y cuando intento leer la de los críticos a veces no entiendo lo que dicen.

Quiero que sea más sencillo el baremo en el que se mueven mis gustos, dejarme llevar por patrones más emocionales esquivando vocablos grandilocuentes carentes de calor y mentes que parecen saberlo todo cuando en el fondo saben bien poco porque no han estado en el punto crucial de la creación misma, ya que ese es un inabarcable espacio que solo pertenece a sus creadores.

No sé si fue la noche en su conjunto lo que dio para mucho pero solo por escuchar al viejo Amador decirle al futuro hijo de su cuidadora Marcela, poniéndole la mano en su barriga para sentirlo, que iba a tener un espacio en este mundo porque él mismo iba a cedérselo, ya me mereció la pena la película. Esa es la clave para que pueda hacerse entendible lo asombroso de lo que después sucede. Es la muerte a fin de cuentas la que más nos susurra y nos enseña de la vida. Y la película lo muestra: entre Amador (la muerte) y Marcela (la vida) se crea un indisoluble acuerdo y reconforta saber que "la muerte no siempre es capaz de detener a la vida.

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