A resultas de las elecciones madrileñas del pasado día 4 de mayo, Alberto Núñez Feijó, presidente de la Junta y del Partido Popular de Galicia, lanzaba un mensaje subliminar a sus huestes y afectos. Decía que Pablo Casado había ganado dos elecciones, la que Isabel Díaz Ayuso ganó en Madrid y la que él mismo ganó en Galicia. En ambos casos la victoria del PP fue espectacular, y en ambos casos la acogida a la figura del candidato fue inmensamente mayor que a la marca. No menos significativo sería el fracaso en las que se celebraron en Cataluña hace tres meses, con un candidato bastante presentable pero improvisado y con mala cobertura. La debacle de Ciudadanos no afectó en absoluto al PP, éste no sólo descendió, perdió un diputado y casi medio punto porcentual, sino que no recogió nada -como le diría Esperanza Aguirre a Jiménez Losantos el pasado lunes- de las pérdidas de Cs. Vox con 11 diputados y el 7,69% de los votos, se benefició de la caída del PP y del hundimiento de Cs.

En Madrid, Vox aguantó bien el empuje vigoroso de Ayuso, capaz de atraer incluso a votantes del PSOE y de lucirse en público, flanqueada por dos figuras históricas del socialismo: Joaquín Leguina Herrán, exsecretario general de la Federación Socialista Madrileña (1979-1991) y expresidente (único socialista que lo ha sido) de la Comunidad de Madrid (1983-1995), y Nicolás Redondo Terreros, exsecretario general del Partido Socialista de Euskadi (1997 -2001).

El PP y sus gurús debieran celebrar un conxuro -da queimada, si se tercia- para moderar a los espíritus que revolotean por las autonomías y pedir a las meigas -a cualesquiera de tantas que aún quedan- que busquen afanosas en la alquimia humana mejores rostros para sus carteles nacionales. No se limiten -les diría- al cambio de casa y añadan a los inquilinos de la planta séptima. En plena euforia y a tenor de los vientos que soplan al sur de Despeñaperros, bien harían ordenando un trasplante que limpie, fije y dé esplendor a sus primeros actores. Desde Oswald Spengler hasta nuestro Gonzalo Fernández de la Mora, sin evitar a Erich Fromm o a Herbert Marcuse e incluso al caótico Wilhelm Reich, son muchos los pensadores y ensayistas que, desde los albores del pasado siglo, nos han ido anunciando que las ideologías van perdiendo tono a favor de pragmatismos y de consideraciones en torno a la condición humana y sus miserias. Hora es de advertirlo y de tenerlo en cuenta.

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