La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Mateos Gago Blues

A veces una sentencia se retrasa y la calle gana unos meses de vida sevillana antes de su ejecución

Suena una armónica tocando un blues en el pasillo más siniestro del Alcatraz urbanístico en el que las calles y plazas de Sevilla esperan la ejecución de su sentencia. Allí se van despidiendo de sus aceras, sus adoquines, sus relieves, sus árboles y cuanto las hacía hermosas y les daba personalidad. Y miran con melancolía, a través de los barrotes, como en el patio del penal -ay penita penal- se alzan los patíbulos de sus condenas a plataforma única, losas, asfalto, adoquincitos planos, sierras mecánicas para talar, arbustos en macetones, enanos naranjos rigolettos y veladores.

A veces una sentencia se retrasa y la calle gana unos meses de vida sevillana antes de su ejecución. Le ha pasado a Mateos Gago, que aguarda el cumplimiento de la más dura de las sentencias, una de esas que hielan la sangre: "transformación integral". Lo que quiere decir que no la reconocerá ni el regionalismo que la parió ni los Espiau, Aníbal González, López Sáez, Gómez Millán, López Carmona y Vicente Traver que la edificaron entre 1915 y 1930. Mateos Gago tal y como está (bueno, sin los veladores que la okupan de una punta a otra) es un espléndido catálogo regionalista en arquitecturas, aceras, pavimentos y arbolado. Cuando en la próxima primavera -porque estos son los meses ganados con el aplazamiento de su ejecución tras unas diferencias entre el juez (el Ayuntamiento) y el verdugo (la empresa adjudicataria)- sea sometida a la "transformación integral" quedarán los edificios, eso sí con todos los pisos bajos convertidos en bares y muchos de ellos en hoteles, pero todo lo demás habrá desaparecido en beneficio de la dichosa plataforma única que está convirtiendo a Sevilla en una ciudad con los pies planos.

Como ya he escrito otras veces da igual que este artículo lo escriba en esta dignísima página o en papel El Elefante: parecido destino tiene. Los Ayuntamientos destructores o deformadores y los sevillanos forman una de las parejas más estables y compenetradas que existen. Ya sea bajo el franquismo o en democracia a los sevillanos les parecen muy bien los disparates que se perpetren o les resultan por completo indiferentes. ¡Y después tenemos fama de ombliguistas! ¡Injusto! Pocas ciudades debe haber a cuyos habitantes les parezcan más atractivos los mamarrachos que la destrozan bajo pretexto de modernidad y progreso o les resulte más ajeno el patrimonio histórico, cotidiano y verde.

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