El señor Büttner, un severo maestro de escuela en el barrio más pobre de la ciudad alemana de Braunschweig, era consciente del escaso porvenir de sus alumnos. Con suerte, terminarían siendo trabajadores manuales que a duras penas podrían sostener a sus familias. Para que no alborotasen les solía imponer pesadas tareas que difícilmente eran capaces de resolver, de forma que el maestro encontraba con facilidad un motivo para usar la palmeta. Ese día les había ordenado sumar todos los números del uno al cien. La operación matemática les llevaría horas y ni con la mejor voluntad la lograrían acabar sin cometer algún fallo en la suma que les hiciese acreedores del castigo. Apenas habían transcurrido tres minutos cuando un escuchimizado muchacho de nueve años se levantó de su pupitre para acercarse a la mesa del maestro con una cifra escrita en su pizarra: 5.050. Al ver la cara de su preceptor, el niño se arrepintió al instante de su osadía y, muerto de miedo, balbuceó la explicación que imperiosamente le exigía Büttner: 100+1 daba 101, 99+2 daba 101, 98+3 daba 101… y así cincuenta veces, es decir 50x101. Büttner calló y el niño, a punto de echarse a llorar, repitió la cifra, 5.050, confiando en que su maestro, al fin, le entendiera. "¡Dios me maldiga!", farfulló Büttner que, a pesar de no ser un buen maestro, en ese momento comprendió que si ese niño no iba al instituto su vida docente habría transcurrido en balde. Aquel crío que acababa de esbozar la fórmula para hallar la suma de los números de una progresión aritmética se llamaba Carl Friedrich Gauss y con el tiempo llegaría a ser uno de los matemáticos y científicos más influyentes de la historia. Cuesta pensar que una situación parecida pudiese darse dentro del actual sistema educativo español. De entrada, el maestro se arriesgaría a recibir una reprimenda de las (H)AMPAS por agobiar a su alumnado con engorrosos deberes que pudiesen distraerles de su precioso tiempo de juego. De otra parte, el objetivo primordial de una escuela que se autoproclama democrática no es otro que limar -a la baja- las diferencias intelectuales entre los individuos. No se hacen distingos por razones de capacidad o inteligencia, lo fundamental es que aprendan a ser solidarios, tolerantes y felices. Se comprende que con estas premisas adentrarse en los procelosos caminos de la geometría del triángulo, los fundamentos del álgebra o las simples operaciones aritméticas sería un mal trago para nuestros niños que sin duda se sienten más cómodos con engendros pedagógicos modernos como las 'Etnomatemáticas', la 'Subcultura femenina en las matemáticas' o la 'Parodia matemática' (donde se "canta" a las fracciones con la música de Allá en el rancho grande). En este entorno educativo, un redivivo Gauss sería considerado poco menos que un peligroso elemento reaccionario cuyo comportamiento debería ser reconducido (hacia la burricie)… por el psicólogo escolar de guardia.

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