En la historia de la humanidad existen unos cuantos personajes que influyeron decisivamente en la elaboración de la fisonomía del mundo tal como ahora lo conocemos. Por la voluntad de Alejandro Magno, Julio César, Gengis Kan, Napoleón, Marx o Lenin -entre otros- se movieron fronteras se formaron imperios y se cambió -para bien o para mal- el destino de millones de personas. Una de las figuras capaz de determinar el futuro de los hombres fue Martín Lutero, monje agustino que, solo con su palabra, inició la Reforma protestante, un movimiento religioso que llevó a un cisma de la Iglesia católica y dio origen a numerosas iglesias que agrupadas bajo la denominación de protestantismo forjaron el destino social, económico y político (además del religioso) de las naciones más poderosas del mundo. Se han cumplido 500 años de que Lutero fuese excomulgado, declarado hereje y prohibidas sus obras por el Papa León X después de haberse negado el monje a retractarse de sus ideas frente a una corte eclesiástica. La idea de Lutero era tan sencilla como revolucionaria: intentar cambiar los usos y costumbres de la Iglesia católica. El hecho desencadenante fue rebelarse contra el escandaloso negocio de la venta de indulgencias que prometían, a cambio de dinero, la liberación de las almas de familiares y allegados del paso por el Purgatorio y, además, en función del donativo, el compromiso de un trato benevolente en el cielo para el comprador de la bula. La Iglesia confiaba en la ingenuidad de sus feligreses para engañarlos y estafarlos con lo que no era más que un impuesto religioso para sufragar la construcción de Basílica de San Pedro en Roma. Lutero las cuestionó en las noventa y cinco tesis de Wittenberg que supusieron el comienzo de su lucha contra una Iglesia católica y romana desprestigiada por el nepotismo, la corrupción y la venta de oficios eclesiásticos. Lutero preconizaba la relación directa entre Dios y el creyente sin la necesidad de un intermediario eclesiástico que explotara mercantilmente su tarea. A tal fin entendía que la mejor manera de hacerlo era mediante la lectura de las Sagradas Escrituras que el se ocupó de traducir del latín al alemán. De esa manera el monje consiguió dos cosas: normalizar el idioma alemán y alfabetizar a la gente en unos tiempos en que la ignorancia era la norma. La única autoridad era la de la Biblia y era a ella y no a la Iglesia ni al Papa a la que debían someterse los cristianos. La Iglesia oficial reaccionó con la Contrarreforma, uniéndose al cisma religioso un cambio en el panorama político de la Europa Occidental que culminó en la Guerra de los Treinta Años, Aquella degradación de la Iglesia que denunció Lutero se extiende hoy a las democracias. Los vicios eclesiásticos son ahora políticos y no solo es el caso de España, es el mundo entero el que camina hacia regímenes totalitarios con la anuencia de una infantilizada ciudadanía. Se necesita con urgencia un trasunto de Lutero que pare esta moderna deriva absolutista.

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