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josé aguilar Ignacio Martínez

Marín promete lo que no puedeElecciones sin emoción

Son los resultados electorales los que dictan alianzas y pactos; anunciarlos antes es embeleco, guiño o mentira Los comicios de diciembre provocan escaso entusiasmo en el pueblo llano, porque se sabe quién ganará y gobernará

En los tiempos de las mayorías relativas hay una regla infalible para el análisis de la política de futuros pactos que anuncian los candidatos antes de las elecciones: no hacerles caso. O buscan atraer a los votantes o son guiños que dirigen a sus adversarios electorales o fijan posiciones de principio que las urnas les obligarán a cambiar o mienten descaradamente. Ni caso, ya digo.

Acaba de comprometerse el candidato de Ciudadanos, Juan Marín, a no prestar sus votos y escaños para que Susana Díaz o cualquier otro diputado socialista alcancen la Presidencia de la Junta de Andalucía tras el 2-D. Yo que tú no lo habría hecho, paisano, no vaya a ser que tengas que tragarte tu promesa en menos de tres meses. ¡Si ya lo hizo! Después de los comicios de 2015 proclamó que sus nueve diputados no serían la muleta del socialismo de mayoría precaria. Y lo ha sido durante tres años. Cobrando un peaje, ciertamente, pero lo fue.

¿Qué ocurre con los pactos y alianzas? Pues que los que se anuncian antes de que la gente vaya a votar son castillos en el aire -o embelecos para electores despistados o mensajes a los contrincantes- y es precisamente lo que la gente vota lo que determina quiénes y qué pactan. Con los resultados electorales en la mano ya se encuentran fácilmente los argumentos que justifican aliarse con aquellos que en campaña se juró no juntarse jamás: los ciudadanos han decidido esa correlación de fuerzas que nos obliga a pactar, hay que ser responsables, la estabilidad está por encima de todo, etcétera.

Ninguno de estos argumentos valdría para que Teresa Rodríguez hiciera presidente a Juanma Moreno o Juan Marín. Ni viceversa, Moreno y Marín, solos o unidos, tampoco llevarían a San Telmo a la podemita anticapitalista gaditana. Pero sí pesarían lo suyo, y pesarían decisivamente, si Susana Díaz mantuviera en diciembre su mayoría relativa en el Parlamento de Andalucía y necesitara el respaldo del grupo parlamentario de Ciudadanos para continuar gobernando. Por más que lo niegue Marín a día de hoy. Lo único que cambiaría con respecto a 2015 es que el precio a cobrar por Cs aumentaría notablemente. Porque tendría más parlamentarios, por la experiencia de su colaboración en la legislatura anterior y porque ahora sí piensan en gobernar y cogobernar allí donde puedan.

Vamos, que se aproxima otro gobierno de coalición en Andalucía. Ahora PSOE- Ciudadanos. Lo vemos mañana.

EN la política, como en el deporte, la emoción la pone la incertidumbre sobre el resultado. Por eso las elecciones andaluzas del 2 de diciembre provocan escaso entusiasmo en el pueblo llano. Quizá algo más en el conjunto de España; porque habrá políticos nacionales que suban o bajen gracias a estos comicios con acento andaluz. Incluso la presidenta podría volver a soñar con un remoto porvenir en Madrid, si mejorase sus resultados de 2015, con los mismos escaños que Griñán en 2012, pero 116.000 votos menos. Hay que tener habilidad y descaro para aducir que Andalucía necesita un debate en solitario sobre su futuro, después de haber convocado seis de las diez autonómicas anteriores coincidiendo con generales (cinco) y europeas (una). Lo que antes hacían los socialistas al revés, ahora lo hacen al derecho, por el interés general, sin pudor.

Pero falta emoción, porque se sabe de antemano quién ganará y quién gobernará. Nos pasa como a Bill Murray en Atrapado en el tiempo; tenemos la sensación de que cada elección es el día de la marmota. Siempre gobierna el PSOE y, salvo en 2012 con el triunfo insuficiente de Arenas, siempre ganan los socialistas. Se podría hacer una definición de estas autonómicas similar a aquella del fútbol: un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania. Así que aquí el personal vive la convocatoria con una indiferencia que contrasta con el frenesí de los políticos.

Si manejamos encuestas anteriores, Adelante Andalucía perdería algún diputado de los 20 que sumaban Podemos e IU, el PSOE sacaría algunos menos de sus 47 y el PP quedaría bastante por debajo de los 33. Ciudadanos, el partido con el candidato menos atractivo, recogería esas pérdidas y escalaría desde sus 9, gracias al tirón de su marca y a que saldrán al campo Inés Arrimadas y Albert Rivera con sus camisetas andaluzas de Jerez y Málaga. Y si de salida se sabe la ganadora, hay dudas sobre los demás puestos. PP y Cs se disputan la segunda plaza. No parece probable que Marín gane a Moreno. No le conviene al PSOE, que se quedaría sin socio, ni le conviene a Marín que preferiría ser vicepresidente que jefe de la oposición.

La alternancia es deseable. Pero para que el PSOE pierda tiene que tener contra quien. Todos los candidatos de la oposición estaban en el Parlamento anterior, donde no han destacado demasiado. En la siguiente cita con las urnas, es posible que no esté ninguno de los tres. A lo mejor, incluso, ninguno de los cuatro. Eso sí sería emocionante.

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