Desde aquel "¡OTAN, de entrada, NO!" del PSOE de los ochenta al previsto incremento del gasto militar español comprometido por el Gobierno Sánchez con la OTAN, va un trecho. En estos cuarenta años, el mundo ha cambiado tanto que resulta irreconocible. Con el Muro de Berlín se hundió la Europa comunista y Rusia quedó sola y melancólica, añorante de glorias pasadas. Los nuevos estados de su órbita exsoviética se le escapaban del redil como los regimientos al coronel Juste, el jefe de la Acorazada, en aquel febrero de 1981, que a punto estuvo de hacer naufragar nuestra recién estrenada democracia.

Los antiguos miembros del Pacto de Varsovia se fueron apuntando a la Alianza Atlántica en un proceso que, contemplado como conjunto, hace comprensibles las pesadillas del zar Putin I. Entraron (en este orden) Alemania del Este, Hungría, Polonia, Checoslovaquia (como dos Estados independientes, Chequia y Eslovaquia), Bulgaria, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Albania, Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte, entre 1990 y 2020.

El proceso es relativamente paralelo al de la incorporación de muchos de estos países a la Unión Europea, un fenómeno de integración en este selecto club social, económico y jurídico que, todavía, no dispone de su propia estructura militar defensiva.

La OTAN languideció en el cambio de siglo, sin enemigo ante el que reafirmarse, hasta que el Kremlin decidió sacarla de la UCI con su "operación especial de Ucrania", fase tres de la iniciada en 2014 en Crimea: la vulneración flagrante de la legalidad internacional desde la mirada del autócrata, la de hacer a su antojo, por encima de toda norma.

Putin posiblemente haya conseguido que Ucrania no entre en la OTAN (de momento), pero sí que pidan el ingreso por vía urgente Finlandia y Suecia (1.300 km de frontera con Rusia y aguas bálticas compartidas), que Alemania multiplique su inversión en defensa, que Dinamarca apueste por sumarse a la política común de seguridad y defensa de la UE y que el modelo se extienda por toda Europa: el rearme preventivo ante el vecino amenazante.

El anuncio del incremento del gasto militar español no discrepa de la tendencia actual de nuestro país, que ha aumentado un 5,6% en 2021, lo que comporta el 1,4% del PIB, según datos recientes del Stockholm International Peace Research Institute.

Ya en la cumbre de la OTAN, celebrada en Gales en 2014, se acordó destinar al gasto de defensa el 2% del PIB de los países miembros en un plazo de 10 años. Esto fue considerado por la mayoría de ellos como una simple recomendación, pero la amenaza rusa lo está convirtiendo en una prioridad. A pesar de los nostálgicos del ecopacifismo de los setenta.

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