Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Maldita ciencia

Todo volvía a depender, como siempre, más de la capacidad de sentirse decepcionado que de la de decepcionar

De entre todas las modalidades que la opinión pública admite a cuenta del coronavirus, llama especialmente la atención la de quienes dicen sentirse decepcionados con la ciencia a tenor de la evolución de la epidemia. No con la industria farmacéutica, no con las autoridades sanitarias, no con los responsables puestos al frente en ministerios y consejerías para informar de las novedades; sino con la ciencia, así, grosso modo. Sería, de alguna forma, como sentirse decepcionado con la música a cuenta del último disco de (pongan aquí el nombre del cantante o músico que menos les guste). O como si correspondiera sentirse decepcionado con la literatura por culpa del último poemario de esa estrella mediática y tuitera que se limita a plagiar impunemente versos de Joaquín Sabina. De nada sirve que Marie Curie descubriera el radio, que Beethoven compusiera su Quinta sinfonía ni que Shakespeare escribiera El rey Lear. Podemos, al parecer, sentirnos decepcionados con sistemas de conocimiento configurados a partir de las aportaciones de miles de hombres y mujeres a lo largo de miles de años sólo porque la respuesta de uno de estos sistemas a un fenómeno concreto y reciente no nos encaja. Y que conste que entre los decepcionados figuran intelectuales de primera fila ampliamente reconocidos.

No menos curioso es el hecho de que el ámbito de la filosofía y el pensamiento político ha causado considerablemente menos decepción cuando sería interesante comprobar cuántos libros de filosofía política sobre la epidemia publicados desde abril superarían una elemental criba de exigencia crítica. Parece, en todo caso, que muchos esperaban una respuesta clara y convincente por parte del conocimiento científico ante los miles del muertos, como si hago algo así fuese posible, como si el silencio delatase una cierta responsabilidad en esas muertes. Es inútil recordar que la ciencia nunca ha funcionado así. Sí que lo hace el capitalismo, que interviene todos los órdenes del progreso, incluida la ciencia, para despertar la ilusión de que, como contribuyentes, tenemos el derecho a saberlo todo. Tampoco importa mucho que lo (poco) que haya podido decir la ciencia del coronavirus hasta ahora haya sido confundido a conciencia con conspiraciones y fantasías geoestratégicas. Todo volvía a depender, como siempre, más de la capacidad de sentirse decepcionado que de la de decepcionar.

Ya advertía Donald Trump de que Joe Biden estaba dispuesto a hablar con los científicos. Pues claro: siempre hay quien nos dice lo que queremos oír. Y a buen precio.

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