En la misma línea filosófica de interrogaciones sobre la vida y siguiendo la estela de preguntas tales como: ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? o ¿El genio nace o se hace?, les propondría una de mis dudas sistemáticas ¿Se es malaje de nacimiento o se va adquiriendo la condición, a lo largo de la experiencia?. Partamos de la base, que servidor se considera una persona educada, rayando en lo cursi y cree firmemente desde su infancia, en que no existen oficios inferiores, porque desde Adán y Eva, tenemos la obligación de buscarnos las habichuelas y por ello no existe desdoro por la forma en que cada cual lo consigue.
Seguro que todos ustedes guardan en la memoria, alguna desdichada situación en que se ha sentido maltratado por alguna persona que ingenuamente usted creía que estaba a su servicio, en algún establecimiento público. Una vez pregunté a una dependienta por un artículo que se encontraba en una estantería, justamente detrás de ella. Me contestó que no había y al señalárselo con el dedo me espetó algo así como que habría llegado nuevo. En otra ocasión, en la vorágine de las compras navideñas en un gran almacén, un fulano harto de que no le cobraran una pieza de lencería femenina, se plantó en el pasillo y voz en grito declaró: ¡Estas bragas rojas, me las llevo y no las pago!. Efectivamente se fue sin pagar, demostrando con ello que sus ideas tenían continuidad. De uno de los casos más sangrantes, fui testigo en un bar. La barra tenía un tramo largo y hacía escuadra con uno más corto. El hecho de estar situado en el corto, me permitía ver lo que ocurría tras la barra. Llegó un cliente y pidió una cerveza y una tapa de cocina. El camarero le sirvió la bebida y cuando salió la tapa, la ocultó bajo la barra. Pasaron unos minutos y el cliente la reclamó y en ese instante con un gesto rápido y magnánimo la sacó de debajo de la barra y se la sirvió. Todavía hoy me pregunto que es lo que ganó el camarero con aquella jugada, quedarse con el cliente o distraerse del aburrimiento. Comprendo que bregar con el público tiene castaña, pero ocupar un puesto de servicio, no supone una humillación, ni un sometimiento feudal. Gracias a Dios abundan los buenos profesionales que hacen que los malajes sean excepción. En las Escuelas de Hostelería se enseña con primor el oficio y los resultados están a la vista de todos, con el prestigio de la restauración en España. Que pena que no tengamos otras escuelas para el Comercio, aunque el que nace malaje...
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