Maestros del desastre

'El juego del calamar' entretiene a las audiencias e incluye una rotunda crítica al capitalismo

Todo el mundo habla de El juego del calamar. Para quienes no la hayan visto, se trata de una serie de Netflix, creada y producida en Corea del Sur, que cuenta como un numeroso grupo de personas sin nada que perder, aceptan enfrentarse entre si en un juego mortal de supervivencia, del que sólo puede ganar y quedar vivo uno de ellos y a cambio de una inmensa cantidad de dinero. Con la ayuda de unos escenarios y una puesta en escena inspirada en los cómics a los que tan aficionados son por esa parte del planeta ; un casting perfecto; una banda sonora compuesta por viejas canciones infantiles coreanas; y un guión basado en pruebas que mezclan juegos de niños con el gore más clásico; el inteligente producto resultante entretiene a las audiencias (es la serie más vista en Netflix de su historia ) al mismo tiempo que incluye una rotunda crítica al capitalismo y sus desigualdades. Mientras aquellos que tienen dinero disfrutan de los juegos, quienes carecen de él lo hacen como gladiadores que mueren peleándose entre sí y para el disfrute de los más pudientes a quienes se presenta como malos de solemnidad. Otra vez vino clásico en una idea mil veces repetida, pero envuelta en botella de diseño actual. Otro cuento simple y maniqueo que sólo pretende divertir y al que se le han echado unas cuantas gotas de populismo para fabricar un producto eficaz y dejar a quien lo consume con un mínimo de esperanza. Somos lo peor, los maestros del desastre, pero la redención es posible y aún quedan héroes que nos podrán salvar. Desde luego sus creadores no engañan a nadie: Se trata de un juego, aunque seguro que habrá quien vea en sus nueve episodios una biblia que refrende sus posiciones. No lo puede ser. Como dijeran los Stones hace ya mucho tiempo: "Es sólo rock and roll (una serie de ficción sin más pretensiones que entretener, en este caso) pero nos gusta".

Y así vamos pasando las horas. Mientras una parte de la sociedad se enamora de los protagonistas de alguna telenovela turca; otra se enreda en los juegos de los calamares; muchos discuten sobre fútbol y algunos menos se enzarzan en disputas políticas sobre si conviene que Juan Carlos vuelva a casa por Navidad o no; la vida se abre paso y el recibo de la luz sube y sube. Cuando nacemos llegamos a un Hospital solos y desnudos. Al irnos, desde otro Hospital, no nos llevamos nada. Y en medio, discutimos y peleamos para adueñarnos de todo lo que nos sea posible. No hay serie capaz de mejorar un guión tan absurdo y adictivo.

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