La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Madrugada vestida de Epifanía

En vez de cardos, el alfa y la omega. En vez de espinas, las coronas de los reyes que reverencian al Rey de Reyes

El judío pobre -mucha estirpe davídica, sí, pero hijo del carpintero que no tenía donde reclinar la cabeza-, el vencido por todos los poderes de su mundo -religioso, herodiano y romano-, el agotado por la angustia y los tormentos hasta el extremo de estar a punto de derrumbarse, el condenado que al límite de sus fuerzas está llegando al lugar del cumplimiento de su sentencia de muerte, al que solo liberarán del peso de la cruz para clavarlo en ella, aparece hoy revestido del lujo reservado a los reyes orientales, del esplendor persa de un Ciro el Grande. Porque este pobre judío es el mesías de Israel, este vencido es vencedor, este exhausto angustiado y torturado es la manifestación paradójica -escándalo para los judíos, locura para los griegos- del gran poder de Dios, este que morirá en la cruz es el único que tiene autoridad para decir "yo soy la resurrección y la vida".

Los opuestos que desafían a la razón se reconcilian en él. Mesa lo supo expresar como nadie, en la larga historia del arte cristiano, lo ha hecho. Plasmar el gran poder de Dios en este cuerpo agotado, en esta espalda doblegada por el peso de la cruz, en esta zancada que parece arrancarle las últimas fuerzas que le quedan, en esta mirada a la vez tan tierna y tan triste, tan desconsolada y tan consoladora -ojos que comparten el dolor, y abrazan, y besan, y acarician- lleva a su límite artístico y humano la capacidad de la forma para expresar los contenidos más complejos y contradictorios.

Los suyos lo habían revestido con el lujo debido al Dios que en él se manifiesta resplandeciendo a través de su sufrimiento y su derrota. Pero lo hicieron con el lujo doloroso de los cardos y las coronas de espinas bordadas en sus túnicas. Tuvo que llegar Juan Manuel Rodríguez Ojeda para vestirlo con el lujo glorioso y triunfal de un rey oriental. En vez de cardos, el alfa y la omega apocalíptico -"yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin"- y en vez de espinas, las coronas de los reyes que reverencian al Rey de Reyes. En su valiente diseño original, puro resplandor de Epifanía, la bordó en brillante tisú con hilos de oro sobre seda morada. El pueblo, que en estas cosas tiene siempre la palabra exacta, lo supo entender y le llamó la túnica persa. Hoy aparece revestido con ella, agotado y triunfal, vencido y vencedor, rey de la Nochebuena y Señor de la Madrugada.

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