Una de las actividades que más sosiego me procuraban, durante los angustiosos días del confinamiento, era contemplar mi albaricoquero. Tan sólo lleva dos años plantado en el jardín y ya la temporada pasada, dio una pequeñísima cosecha, pero de una calidad excelente. Este año, seguí con atención todos los pasos de maduración del fruto, protegiéndolo de los molestos pulgones, regando convenientemente y ya al final del encierro, se produjo el pequeño milagro anual y pude recoger los primeros albaricoques maduros. Estaba una tarde tan feliz con la faena, cuando escuché un fuerte zumbido cerca de mi oreja. Levanté la vista y allí estaba, oronda como un Zeppelin, un pedazo de avispa que yo no había conocido por estos lares. Como el bicho tenía una aplastante superioridad aérea, mi santa y yo decidimos recoger los frutos, de noche que, como es bien sabido, vuelven a su templo. En unos días, los vecinos empezaron a comunicar su inquietud porque los avispones, andaban de casa en casa y alguien recordó que podía tratarse de la especie asiática que producía unas picaduras peligrosas y dolorosísimas. A simple vista no distinguíamos donde podía estar el nido, aunque la mayoría se inclinaba por señalar una parcela que está sin edificar. Alguien dijo que había consultado en internet y que el avispón asiático, suele colocar una pareja centinela, volando en la boca del nido y cuando alguien intenta aproximarse peligrosamente, el enjambre entero lo defiende, dejando al invasor como un ecce-homo. En aquel momento, se diluyeron las ganas del personal de ir a por el nido, por las bravas. Una tarde apareció una pareja de la Policía Municipal, muy agradable, por cierto, inquiriendo si alguien conocía a los propietarios de la parcela, pero no supimos darle la información, por desconocerla. Me consolé pensando que ahora ya tenía dos Vespas, una de 125 c.c. en el garaje y otra la Vespa velutina que es el nombre científico del avispón asiático, volando a mi alrededor.

Yo no sé ustedes, pero servidor anda un poco mosqueado con las cosas que nos llegan de Asia. Por un lado, el Coronavirus que es chino, aunque quieran taparlo, que me encierra en casa. Cuando salgo y voy a Tarifa me encuentro con la maldita alga parda, la Rugulopteryx okamurae, que no me permite bañarme, como siempre. De Asia vienen el virus asesino de personas, el avispón que se cepilla a nuestras colmenas autóctonas y el alga que nos va a dejar sin pesca. Para colmo, ¡maldición!, me he enterado en la Wiki que hasta mi amado albaricoquero (Prunus armeniaca), ¡también procede de Asia!.

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