La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Mac, pintor de sueños

El gran Macario Gómez definió con sus carteles las imágenes de muchas de las películas de nuestras vidas

Ha muerto un gran artista: Macario Gómez, Mac, cartelista de cine. Hubo un tiempo en que había cines, salas de hermosas arquitecturas tan personales que nos permiten recordar dónde vimos cada película. Los de estreno tenían enormes cartelones exteriores excelentemente pintados: el Coliseo en la fachada que daba a la Avenida, el Llorens en la de Sierpes, el Palacio Central en la de O'Donell, el Imperial en el alto muro de su amplio entrante, por lo que era el más grande de Sevilla; el Pathé, el Florida, el Rialto y el Cervantes en sus marquesinas de fachada. Y por toda la ciudad, en postes y puertas de mercados o esquinas, colgaban unos expositores o de madera con el nombre del cine escrito en los que los carteles anunciaban las películas. Todo desapareció con los cines.

Los carteles no reproducían los originales extranjeros, como los que ahora se ven en las marquesinas de las paradas de autobús o miniaturizados en las multisalas, sino que eran obra original de artistas españoles. Y en esto fuimos los mejores de Europa, solo comparables a los diseñadores de Hollywood y en muchos casos superando los originales.

Mac, hombre hecho a sí mismo en los difíciles años 30 y 40, huérfano de un modesto campesino cuya temprana muerte obligó a su madre a trabajar de portera, creó más de 4.000 carteles, muchos de ellos obras maestras, para el cine español -El verdugo-, el americano -Ivanhoe, su primer trabajo reconocido; Los Diez Mandamientos, su primer éxito que tanto entusiasmó a Heston que quiso felicitarle personalmente; Psicosis, El Cid, Dr. No, Desde Rusia con amor, Un tranvía llamado deseo o Doctor Zhivago- y europeo. Entre estos últimos, junto a los de Un hombre y una mujer o Los paraguas de Cherburgo, está la que para mí es su obra maestra mayor, el de La muerte tenía un precio -Lee Van Cleef agachado tras el duelo final, pisando el brazo de su víctima para quitarle el reloj del carillón, sobre un fondo abstracto desdibujado por el sol-, infinitamente superior al original italiano. Un plano que nunca se veía completo en la película. Éste era su genio.

Fue reconocido en vida: Miembro de Honor de la Academia del Cine Catalán, exposición antológica en la Filmoteca y Cruz de Sant Jordi. Le faltó el Goya. Lo merecía. Llenó nuestras calles y nuestras vidas de sueños de cine. Por ello, gracias admirado y querido Mac.

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