In Memoriam

Alberto González Troyano

Luis Alberto del Castillo

Luis Alberto aceptó quedarse y sembrar en su pueblo y en muchos aspectos las semillas que esparció han alimentado una cultura siempre escasa y necesitada de voluntades y vocaciones como la suya

Luis Alberto del Castillo.

Luis Alberto del Castillo. / E. S.

Quizás una buena forma de honrar la memoria de un viejo amigo, como Luis Alberto -ese era el nombre con el que yo, desde la infancia, lo traté siempre– sea entresacar de su biografía algunos rasgos que despertaron la mayor admiración en el que esto escribe, y al recordarlos y destacarlos ahora, en estas líneas, quisiera que su ejemplo perviviera lo más posible.

Uno de esos rasgos lo constituye su entusiasta entrega a la escritura, a las letras en sus distintas formas. Tras su prematura etapa como lector voraz, buscando transmitir a los que le rodeábamos su entusiasmo por unos textos que sabía descubrir con peculiar instinto y también gracias a la entrañable amistad que mantuvo siempre con algunos libreros de Algeciras. Pero esas lecturas fueron la antesala que le descubrieron las posibilidades que le ofrecía escribir. Su vitalidad verbal y el atractivo aventurero extraído de los libros necesitó pronto volcarlo en algo mucho más activo y pleno: la creación literaria. Tuvo la suerte de comprender que si la lectura era un primer paso, producir un libro propio le daría esa satisfacción que solo se consigue creando.

Y así, Luis Alberto, ya desde su adolescencia decidió unir si vida a la literatura. Supo que, gracias a su pródiga imaginación y al hallazgo de unas formas expresivas adecuadas, sería capaz de inventar un mundo literario personal que le compensaría de los vaivenes y sinsabores que provoca la vida cotidiana. Con una regularidad mantenida a lo largo de toda su vida se lanzó a experimentar y probar en todos los géneros, convirtiendo las letras en una aliada a la que servir de manera apasionada y fiel. Y debe añadirse que este mundo de las letras, siempre tan complicado, también ha sabido corresponderle y le ha proporcionado reconocimientos y, sobre todo, esa cosa tan apreciable para un escritor: entrañables lectores.

Una entrega a la literatura, como la de Luis Alberto, el haber elegido desempeñar una labor tan extraña en los días en que vivimos, es siempre difícil. Pero, además, el haber permanecido y llevado a cabo en Algeciras aún hace más encomiable su gesto. Por eso, debe insistirse en el mérito de esta apuesta personal. Tan necesaria por otra parte y de la que la ciudad y sus instituciones culturales se han beneficiado tanto. Luis Alberto, frente a otros amigos de su generación que nos alejamos del ambiente natal, aceptó quedarse y sembrar en su pueblo y en muchos aspectos las semillas que esparció han alimentado una cultura siempre escasa y necesitada de voluntades y vocaciones como la suya. Lo deseable sería, pues, que su ejemplo se reavivara y tuviese seguidores en unos momentos en los que leer y escribir se han convertido en fenómenos casi anacrónicos. Luis Alberto puso en la cultura algecireña una ilusión y un esfuerzo que merecen perdurar. Hay que recoger, pues, su testigo.

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