Luces de Navidad

Se encienden bombillas, velas, colgaduras y balcones pero hay otra luz que alumbra en estos días de umbría: la del recuerdo

El tiempo es una hélice que gira a varias velocidades, pero nos lleva recurrentemente a estadios similares en circunstancias diferentes. En estos días nos aproximamos al solsticio de invierno, cuando las sombras parecen ganarle la partida a la luz, que viene menguando diariamente desde la madrugada de San Juan. Quizás por eso, en este periodo de oscuridades, nuestra cultura occidental ubicó una festividad que da culto al nacimiento de un nuevo ciclo. De ahí proviene la etimología de Navidad. En estos días de atardeceres tempranos e interminables noches recurrimos a las luces para mitigar unas sombras tan alargadas. Las calles y los escaparates que permanecen abiertos se iluminan, queriendo burlar la obcecada presencia de la penumbra vespertina; se encienden bombillas, velas, colgaduras y balcones con parpadeos de color en la negrura, pero hay otra luz que alumbra en estas jornadas de umbría: la del recuerdo.

Antaño, las navidades comenzaban más tarde: una clara y fría mañana de mediados de diciembre subía con mi padre al monte y cogíamos tronchadas ramas de pino que colocaba en una vieja maceta de barro y adornaba con grandes trozos de algodón y con frágiles bolas de cristal envueltas en hojas sepias de periódicos con noticias pasadas de año; la cocina se llenaba de luz y ayudaba a mi madre a amasar harinas que cubrían los blancos azulejos con olor a sésamo y anís; llenaba la casa de espumillón barato que cada año sacaba de la misma caja con postales antiguas y fotos recortadas y colgaba en la pared alguna nueva estrella de corcho blanco forrada de papel charol sobre los montes de corcho del belén casero; cenábamos en familia con todas las lámparas encendidas uniendo mesas de altura diferentes y hacíamos corta la noche más larga contando historias, cantando villancicos y dando sorbos a escondidas hasta subir a la misa del Gallo cruzando calles oscuras con pasamontañas de lana, calcetines largos y pantalones todavía cortos; escribía con mi mejor letra una carta a unos magos de oriente impresos en color que luego llevaba al buzón de Correos, mientras confiaba en que amanecieran los ansiados patines, los Juegos Reunidos Geyper o la bicicleta con la que descubrir un territorio de cuestas.

Esas luces alumbran en estos días breves plagados de largas luminarias: días de añoranza de los padres entre pinos de monte, montañas de corcho y masas de anís; días en los que decoramos árboles sintéticos, colgamos estrellas de luces led, cenamos sin tener que añadir mesas y escribimos mensajes aunque ningún mago los reciba. El constante giro de la hélice del tiempo nos barrunta como certeza que la clavija de la verdadera luz reside en nosotros y la pueden encender nuestras manos a la par que transitamos por las amables trastiendas del recuerdo. Feliz y luminosa Navidad.

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