En la empresa donde yo trabajaba, la plantilla había ingresado en promociones necesarias para la puesta en marcha de la fábrica, su consolidación y la apertura de nuevas plantas. La circunstancia de que me incorporara, en una segunda promoción, hizo que durante bastante tiempo, mis compañeros, tuvieran entre cinco y diez años más que yo. Ello fue bueno, porque tenía al lado gente segura que te cubrían con el manto de su experiencia y humanamente también, porque en sus comportamientos, veía anticipadamente las etapas que en la vida, se deben cubrir. Hubo uno que me dejó perplejo. Mi amigo y compañero Juan González Narváez, es un hombre serio y formal, afable en las distancias cortas cuando le conoces. Era difícil, en el trabajo, verlo reírse bajo un mostacho de carabinero y hablaba con la seguridad del viejo profesor que fue. Bueno, pues pasó una cosa que hizo cambiar rotundamente nuestras conversaciones frecuentes: fue abuelo.

Aquel tipo sólido como una roca, se esponjó de tal manera que andaba enseñando la foto de su nieto - el más guapo del mundo - a todos y despertando muy temprano el sábado, para ir al Mercado a buscarle la mejor merluza que comer. Una vez, hasta cargó en el coche una bicicleta que llevó hasta Alicante, que podía haber comprado allí, perfectamente. Cuando se lo hice notar, me respondió que ya lo sabía, pero que le hacía mucha ilusión, cargar con ella. Recuerdo que mi diagnóstico, no fue muy benevolente. Definitivamente, mi amigo Juan se había vuelto loco. Que cierto es aquello de "nunca digas, de esta agua no beberé". Hoy yo mismo, estoy aquejado de la misma locura, con mi nieto Nicolás. A la emocionante sorpresa de su nacimiento, precedida de la inquietud de pensar que los nietos, traen en la boca el carnet del Imserso, sucedió una sensación de plenitud que yo no había experimentado nunca. Hete aquí una personilla que conquista y supera todas las barreras emotivas con las que creías contar y que hace que cuando estás con él, el tiempo transcurra sin darte cuenta, con tan sólo mirar cómo juega. Ahora, te das cuenta del obstáculo que es para los padres, la necesidad de educar a los hijos a los que quieres. A tu nieto ya no tienes que educarlo, porque para eso ya están sus padres. Por eso los puedes querer, absolutamente. Como por su edad, compone las palabras con dos sílabas, ya sabe una con la que me derrite: "Lelo". Y si cambia la última letra por una "a", derrite de paso a mi santa. ¡Bendita locura!.

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