Solo hace diez días el famoso youtuber viajero Mister Fog dedicó uno de los vídeos de su serie Destinos a hablar de los muchos atractivos de La Línea de la Concepción. A estas alturas, el vídeo tiene más de 56.000 visitas y casi 500 comentarios. La mayor parte de ellos son de gente de La Línea que agradece sinceramente que alguien conocido haya puesto en evidencia todo lo que este pueblo y su gente tienen de bueno. Hay un enorme cansancio y una tristeza profunda en los linenses de pro que ven cómo su ciudad solo es mencionada en los noticieros para hablar del narcotráfico. Mister Fog, al colgar su vídeo, desconocía con toda seguridad que solo unos días más tardes La Línea iba a volver a saltar a las portadas de la prensa porque el ahogamiento de dos hombres desataría toda una oleada de protestas, violencia y altercados. Cuando la lava se calienta, el volcán explota. Hay volcán y hay lava, acumulándose y calentándose desde hace ya muchas décadas. Al menos, desde la desafortunada decisión franquista de cerrar la frontera de Gibraltar. Los de esta tierra saben que, desde entonces, La Línea no ha vuelto a levantar cabeza y que los que no se vieron obligados a emigrar se quedaron para soportar desatención, desempleo y pobreza. Una cosa lleva a la otra en una infernal cadena y las tres han conducido a una situación realmente penosa, agravada si cabe por la pandemia. Para mucha gente la válvula de escape a la penuria ha sido desde los años ochenta el contrabando de tabaco: al fin y al cabo, a lo largo de la historia, toda frontera ha naturalizado el contrabando como una forma ancestral de supervivencia. Y del contrabando de tabaco se pasó al de otras drogas con mayor margen de beneficio, casi en silencio y con la pasividad de los que estaban llamados a frenar la escalada y no lo hicieron, quizá -pienso a veces- porque de esta forma la gente comía y, si comía, no robaba y, si no robaba, había cierta paz social y un frente menos que cubrir. De aquellos lodos vienen estos barros y ahora el problema es tan grande que la solución se ha hecho mucho más complicada. Es muy difícil ser un pueblo de frontera y La Línea, para mayor angustia, tiene tres: la frontera del enclave británico que le dio origen y que siempre ha sido la base de su subsistencia; la de Marruecos, frontera líquida que pone a sus puertas uno de los mayores exportadores de hachís del mundo; y la frontera sutil, pero brutal, que separa la pobreza y el abandono de la riqueza ostentosa de Sotogrande y la Costa del Sol. Llegados a este punto, ni la Policía, ni la Guardia Civil, ni el Ejército mismo son suficientes: se impone sin retraso una actuación coordinada de todas las administraciones que intervenga socialmente, que eduque, emplee, invierta, sanee y cicatrice las heridas de la historia. El resultado no será inmediato y puede que hacer esto ni siquiera dé votos, pero es una obligación moral que ninguno de nuestros políticos debería eludir.

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