PRIMERA. Todo puede pasar. De pronto, estamos viviendo en una situación que hace sólo un mes no hubiésemos imaginado ni en una pesadilla, en un escenario propio de telefilm de catástrofe futurista de domingo por la tarde. La tecnología y la globalización no nos han protegido, quizás todo lo contrario. El mundo se nos ha hecho un lugar extraño en el que no sabemos manejarnos, en el que vivimos confinados y en el que cada mañana recibimos estremecidos las cifras de muertos, el pico que nunca llega y el horror económico que nos espera, que tiene su primera entrega en los datos de paro que se hacen públicos esta mañana. Ese es el mundo de hoy y el tablero en el que habrá que tomar las decisiones que determinen cómo vamos a salir y cómo vamos a afrontar el futuro más oscuro de los últimos setenta años.

Segunda. Los errores se pagan. Esta especie de plaga bíblica o algo peor nos ha embestido con la política, con los sistemas de gobernanza, en su nivel más bajo en décadas. En el mundo nunca habíamos tenido peores gobernantes desde el final de la Segunda Guerra Mundial y en España desde la llegada de la democracia. Echen un vistazo y vean cómo han reaccionado ante la pandemia Trump, Boris Johnson, Bolsonaro o el mexicano López Obrador. Y aquí, un Gobierno claramente superado desde el primer momento por los acontecimientos, que está haciendo una lectura ideologizada de la crisis y que sólo ve buenos y malos. El resultado es que estamos colocados en el pelotón de cabeza de víctimas y contagios y tenemos desbordado un sistema sanitario del que presumíamos por su nivel y su eficacia. Hemos reducido la política a una caricatura cuando en la política se toman las decisiones que de verdad condicionan la vida de la gente y esas cosas no salen gratis.

Tercera. El futuro ya no es lo que era. Tras esta convulsión vamos asistir a un cambio en profundidad del modelo social y muy probablemente también del económico. Reglas que considerábamos inmutables van a quedar inservibles y serán sustituidas por otras que todavía ni atisbamos. Las grandes crisis, y esta es enorme, tienen consecuencias insospechadas que se prolongan en el tiempo. La primera gran convulsión del siglo XX, la Gran Guerra que empezó en 1914, provocó la aparición de los totalitarismos fascista y comunista. El comunismo estuvo presente en el mundo hasta principios de los años ochenta. Lo que pase cuando el desastre sanitario y el crac económico queden atrás dependerá de la fortaleza que podamos demostrar como sociedad. Ahí nos jugamos el futuro.

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