Es la muerte el desenlace final de este tramo de vida que no es más que el anuncio de otra nueva vida. El hecho de vivir ya es morir, llegar al final en el que todo comienza. Es la muerte que vive en nosotros la que enseña las mejores lecciones: "…mueren las nubes y nace la lluvia, mueren los ríos y nacen los mares…; frutos maduros desparraman sus semillas, la muerte como una semilla germina en una cascada continua de vida, como si a la muerte solo sucediera la vida; aventura permanente de la vida que se afirma naciendo de su misma muerte".

Hay quienes celebran la muerte con el mismo gozo que el nacimiento porque no confundieron la vida con el cuerpo y su creencia les lleva a sentir que la existencia pervive cuando el cuerpo inerte se desploma. Cuando confundimos la vida con el cuerpo es porque el apego nos ha cegado provocándonos una lucha, ya de antemano perdida, por huir de la muerte restándole plenitud a la vida. Y forma parte de esta existencia de carne y hueso que lloremos a los que se van porque también nosotros morimos un poco con ellos, pero no olvidemos que morir no es más que renunciar a lo que no se es para ser. Aquí se nos queda el cuerpo de los seres que amamos como evidencia de la vida que se ha ido porque lo que realmente se va es la vida que sigue viva en algún momento de otro tiempo.

Esta semana volví al tanatorio, esta vez a sostener el dolor de mi hija por la muerte de su amigo con quien tanto ella quería. Una marea de jóvenes se iba congregando en el recinto, como si de una quedada se tratara, con el peso del dolor a sus espaldas, a los que me hubiese gustado explicar uno por uno lo que hoy aquí expongo. Aunque, bien es verdad que por otro lado comprendía su rabia contenida. En silencio, desde mi asiento, observaba con absoluto respeto su pudor a la hora de expresar y gestionar las emociones, al apoyar sus manos en el cristal como queriendo traspasarlo y liberar de la caja el corpulento cuerpo del amigo y es que hay edades en las que resultan mucho más duras las despedidas.

Quizá Miguel, un ogro con un corazón de oro, al que la muerte pilló desprevenido, pudo creer que estaba solo, pero no fue eso lo que palpitaba en su despedida.

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