ad hoc

Manuel S. Ledesma

Lágrimas electorales

RECIENTEMENTE, todos hemos sido testigos de la presencia de un inesperado aderezo lacrimógeno tanto en las soflamas preelectorales de altos cargos de la grey socialista como en los panegíricos que habitualmente les dedican algunos de sus afamados partidarios radiofónicos. Tales llantos (adornados de conmovedores e infantiles pucheros) han sido provocados por el comunicado en que la organización terrorista ETA da cuenta de su intención de abandonar definitivamente la lucha armada… en el caso de que el Gobierno acepte sus condiciones.

De manera un tanto maliciosa, algunos han aprovechado la ocasión para evocar, a modo de comparación, la figura del último rey moro de la península, Boabdil el Chico, en el trance de llorar la pérdida de Granada. Si bien en un primer momento la equiparación de ambos lloriqueos parece improcedente (Boabdil lloraba de pena y los dirigentes socialistas lo hacen -o al menos es lo que pretenden dar a entender- de alegría), una reflexión un poco más sosegada nos descubre inesperadas similitudes entre el rey nazarí y los plañideros chicos del PSOE. En los dos casos se trata de una claudicación: de mala gana la del moro y satisfactoria la de unos políticos cuyo afán por seguir en el poder (y, quizá, la arrogancia de querer pasar a la historia) les ha impulsado a dar a la población gato por liebre, esto es, venderles como derrota de ETA lo que no es más que la rendición del Estado a los terroristas.

Se cuenta que Boabdil tuvo contradictorias relaciones con los cristianos, lo mismo los combatía ferozmente que se aliaba con ellos para luchar contra los propios musulmanes (de hecho derrocó a su padre, Muley-Hacén, y después peleó contra su tío El Zagal). Igual se puede decir de los socialistas que unas veces detienen a los comandos de ETA y otras, en cambio, les avisan para que la policía no les capture (caso del bar Faisán). Su política de estado es tan errática que, ahora, ministros, lendakaris e incluso candidatos a presidente abogan por la conveniencia (una vez conocida la buena predisposición de los etarras a dejar, de momento, de asesinar españoles) de dar un trato preferencial a los presos de la banda. Olvidan que no hace demasiados años a un joven concejal -Miguel Ángel Blanco- de rodillas y con las manos atadas a la espalda, unos etarras le dieron dos tiros en la cabeza por el simple motivo de que el gobierno de entonces no accedió al chantaje de cambiar su vida por el… acercamiento de presos al País Vasco. ¿Por qué murió Miguel Ángel? pensarán sus familiares y, de paso, los de las más de ochocientas víctimas que tan macabramente jalonan la trayectoria de esa misma ETA con la que ahora se negocia. Estos oportunistas gobernantes desprecian a las víctimas para verter unas hipócritas lágrimas electorales que les ayuden a sacar rédito al texto con el que ETA les agradece su legitimación política.

Ojalá los españoles sepamos decirles el 20-N lo mismo que Boabdil escuchó de labios de su madre mientras echaba un último vistazo desde las almenas de la Alhambra: "Llora como mujer lo que no has sabido defender como hombre".

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