Campo Chico

Alberto Pérez de Vargas

Los Ladrillos, qué bien

Proyectar mejoras para la ciudad es contribuir a aligerar la gran deuda que el puerto tiene con ella

El alcalde de Algeciras y el presidente de la Autoridad Portuaria (APBA) anunciaron el jueves que se proponen recuperar la zona costera que fue la playa de Los Ladrillos, para disfrute de propios y extraños. En la primera visita que el nuevo presidente rinde al alcalde, se produce un significativo gesto hacia la ciudad, que mejoraría su habitabilidad. Es una noticia tan extraordinaria que cuesta trabajo creerla. Gerardo Landaluce parece decidido a mirar por la ciudad. Su idea de ceder espacio del llano amarillo aprovechando la realidad actual del que ocupa la lonja, no puede ser más afortunada.

El puerto se ha desarrollado en paralelo al litoral, lo que, siendo la alternativa más barata, nos ha separado del mar, alejándonos de las sensaciones que nos producía su cercanía. Ha destruido playas y accesos a las orillas, ha convertido el paseo marítimo en una entelequia y ha devorado el islote, la isla verde, que aludía al nombre árabe del que deriva el de Algeciras. De modo que proyectar mejoras para la ciudad es contribuir a aligerar la gran deuda que el puerto tiene con ella.

No sé si los vertidos que trascurren por los bajos del llano amarillo han sido ya eliminados, pero si no es así, habrá que empezar por ahí, y no es tarea baladí. En donde estaban las arenas de Los Ladrillos se mantiene la desembocadura del río de la Miel, que fue desviado desde los aledaños del puerto, cuando se decidió soterrarlo. Ignoro en qué estado llegan sus aguas, pero, en cualquier caso, será necesario cuidar el cauce y adecentar su salida.

Ante la noticia, he recordado que, en la última década del pasado siglo, al alcalde de entonces se le ocurrió decir que estaba pensando en reconstruir La Perseverancia y otros referentes históricos desaparecidos. Aquello me llegó al corazón y en un artículo en Europa Sur, titulado “Me devuelvan mi calle”, relaté con minuciosidad y cariño, cómo era la calle Real, donde yo nací, en mi infancia. Me referí a personajes como el torero trianero Clavijo o mi primo Rafael, a Antoñito Arias, hijo del torero, y a otros muchos. Por la cuesta bajaban de madrugada los trabajadores de Gibraltar, para coger el barquito, y subían los marineros. Aquel alcalde, que acaso creía prolongarse hacia la eternidad, no tuvo tiempo de recuperar nada. Quiera Dios que, en esta conjunción primaveral de que nos ha dotado la Providencia, entre la ciudad y el puerto, éste se prolongue lo suficiente para devolver a los especialitos siquiera sea una mijita de lo que se llevó el progreso.

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