Cambio de sentido

Kárate kata doméstico

Soy cinturón negro en librar fieros combates con rivales que, por suerte para ellos, no están ante mí

Yo qué iba a saber que existía la modalidad olímpica de kata, esa especie de combate en que la karateca se enfrenta en serio con nadie, en trepidantes movimientos ofensivos y defensivos! He flipado. "Qué bonito, qué potente, ¡y qué práctico!", me he dicho a mí misma viendo a los karatecas ibéricos Sandra Sánchez y Damián Quintero, oro y plata respectivamente en este deporte. A los nipones se les dan muy bien nuestros taconeos, y a nosotros sus llaves y cates. El kata tiene algo de teatralidad y de danza -la primera vez que asistí a una performance de butoh también aluciné-. Es súper expresivo. Pero lo que más me interesa de esta práctica es, ante todo, conceptual: el rival es invisible. Es por ello que lo considero, como decía antes, la mar de práctico. Sin saberlo, llevo años practicando en casa la filosofía del kata (que no el kata en sí): soy cinturón negro en librar fieros combates con oponentes que -por suerte para ellos- no se encuentran ante mí. Me sienta de escándalo.

Quizá usted también se enfrente de vez en cuando a recuerdos, a sentimientos encontrados, a la memoria de sus muertos, al espectro de la amiga que la traicionó, al fantasma de aquel canalla al que no le dijo en tiempo y forma cuatro cosas, al hueco en la cama, al molino de viento, al hijo que se ha ido. A ver si no a quién le revoleamos el cojín cuando no hay nadie. O de quién corremos cuando corremos. O qué careto tiene el saco de boxeo del gimnasio. El kata doméstico no es sólo contra rivales invisibles; también se puede practicar con amantes imaginarios (la masturbación, diría Andrés Neuman, es la "orgía mantenida entre alguien presente y todos sus ausentes") o con el recuerdo de tu gente más divertida. ¿O es que usted nunca se ríe solo por la calle? Desde que reformé mi casa incluyo en mis katas domésticos largas discusiones con el albañil ausente. Si llego de la calle cabreada, largo unos cuantos kiais a grandes voces y me quedo nueva. Mi sobrino pasa las tardes jugando con animalillos imaginarios que se esconden detrás del sillón. En sus gritos, risas y carreras hay un Nadie (Don José María Nadie, diría Juan de Mairena) realmente importante. En los pasados días olímpicos he tomado nota de aspectos interesantes del kata -la fiereza de los gritos, la mirada de corajina, el sonido almidonado del kimono a cada movimiento- que ya he incorporado en mi kárate kata de andar por casa, cutre, sí, pero fascinantemente liberador. ¡Aiyah! ¡Eeeee-yah!

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