Cambio de sentido

'Julen Nadie'

La cobertura del rescate de Julen ha estado a medio camino entre el 'reality show' y una serie de Netflix

Si tuviera que hacer mi propio Decálogo para no escribir malamente del todo, la primera regla sería no abrir jamás una columna con la muletilla con la que voy a dar comienzo a ésta: "Vaya por delante". Vaya por delante mi abrazo inmenso a la madre y al padre de Julen. Gloria bendita a quienes han puesto sus manos y entendimiento en la causa. Todo lo demás -el estrépito mediático, el espectáculo, audiencias, hashtags- me ha dejado pensando en la febril vigencia de ciertos libros y pelis. Durante varios años impartí en una Facultad de Comunicación las materias de Teoría y Estructura de la Información. Pensaba yo que la Sociedad de la Información enseguida dejaría obsoletos aquellos textos y DVD que compartía con mis alumnos. Y qué va. Black mirror no cuenta algo sustancialmente distinto sino la estribación de los temas abordados en Network, un mundo implacable, Primera plana o La reina de Nueva York. Las fake news son más antiguas que el hilo negro, que se lo digan a Hearst, que armó literalmente la de Cuba. En Juan Nadie, la peli de Capra, una periodista se inventa un personaje y una historia con la que vender periódicos. El caso Julen tiene ingredientes de Juan Nadie. La historia esta vez es cierta, tan cierta y desgarradora como la de cada niño que en este preciso instante asisten en una planta de Oncología. Todo lo demás -cobertura brutal, primicias, bulos, España en vilo- ha recibido un tratamiento a mitad de camino entre el reality show y una serie de Netflix. Vuelve a cumplirse la vieja máxima: un millón de muertes es estadística; una sola es tragedia. Vuelve a producirse una distorsión entre realidad y ficción (la ficción está tan bien hecha que parece realidad; la espectacularización de la realidad está tan bien hecha que parece ficción). Vuelve a tener en la sociedad un impacto fuerte pero no peligroso, nada va a cambiar realmente en las vidas ni en las mentes de quienes han seguido minuto a minuto la disección de la tierra y de la carne. En el telediario, Ana Blanco habla de otra cosa mientras, en un lateral de la pantalla, la excavadora horada ante nosotros. Por las redes, el mismo que acaba de sentir un arrebato de amor universal, amenaza de muerte a un tuitero que busca provocar. La información, que también es mercancía, se vende más rápida, se hace clic y se hace caja. Hoy como ayer, vivimos en la misma y eterna caverna de Platón, solo que más reverberada; qué nítidas sus sombras en mi pantalla. Ajeno a todo esto, un pequeño e inocente niño ha muerto.

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