Juan Antonio García León, descansa en paz

Quién no recuerda sus goles de falta, acercándose lentamenteal balón y soltando la zurdacon una especie de retroceso

Alvaro Moya lo definió perfectamente en lo futbolístico: un jugador maradoniano. Juan Antonio García León, algecireño y algecirista, de la barriada del Arroz, donde el graznido de las pavanas solo se ahogaba los domingos por la tarde, con la megafonía cascada del Viejo Mirador y también por una comunión de voces gritando ¡Shira!, expresión sagrada y máxima del algecirismo, sin necesidad de más complemento.

Juan Antonio tenía valía suficiente para haber cuajado como jugador de Primera división. Eso es indiscutible y no lo digo yo, sino Kiko Narváez con el que compartió vestuario bien joven, y que algo sabe de balompié. El destino, o la suerte, o la ceguera de alguno de sus entrenadores, quiso que no sucediera, pero ello permitió que disfrutáramos de su magia en los campos de la comarca. Fue el mejor jugador que los pisó en los últimos treinta años.

Eléctrico, virtuoso, motivador, ingenioso, entregado, habilidoso, pícaro, genial.

Quién no recuerda sus goles de falta, acercándose pausadamente al balón y soltando la zurda con una especie de retroceso, colocando el balón envenenado de efecto en la escuadra, imposible para el arquero. O su gambeteo en diagonal desde la banda hasta el interior del área, dejando rivales con cinturas partidas en el camino, y al público en pie y con las manos en la cabeza. Todo con una naturalidad y una humildad extraordinaria. Cada una de sus genialidades llevaba al delirio y al éxtasis a la grada, como pocos han conseguido. Lo dicho, maradoniano.

Y no solo demostró su enorme calidad como persona y como algecirista en el verde. Tengo que recordar que fue de los pocos que le perdonó una importante deuda a su favor que le tenía que abonar el Algeciras, en los momentos difíciles de ruina, en los que se planteó el concurso de acreedores como salvavidas del club. Y eso sin que nadie se lo pidiera y sin que se pusiera ninguna medallita. Otros pusieron la mano sin importarle el escudo; Juan Antonio puso el corazón, que no le cabía en el pecho.

Ahora disfrutaba de una feliz nueva etapa como miembro del equipo técnico del juvenil, y seguro que algún día hubiera llegado a ser el entrenador del primer equipo. No ha podido ser, una maldita enfermedad lo ha impedido, llevándoselo al cielo de los albirrojos, junto a Paco León, a Andrés Mateo, con Quico Álvarez y José Luis Montes, con tantos otros..

Ojalá este Algeciras le dedique una gran temporada, y desde la grada más alta, pueda ver al club de sus amores subir a Segunda división A. Descansa en Paz, Juan Antonio.

Siempre serás recordado. ¡Shira!

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