La primera vez que vi Las aventuras de Jeremiah Johnson sentí una conmoción interior. De alguna forma aquella película reflejaba en la pantalla sentimientos y emociones que fascinaban el espíritu aventurero y soñador de aquel adolescente que era entonces quien esto escribe. Dirigida por Sidney Pollack y protagonizada por un Robert Redford en plena madurez de su carrera cinematográfica, se rueda en 1972, un tiempo en que se mezclan la contracultura, la actitud crítica frente a la guerra del Vietnam, el nacimiento del ecologismo y un gusto por el cine independiente frente a la todopoderosa industria de Hollywood. Basada libremente en la novela Mountain Man de Vardis Fisher, es la historia de un soldado federal que huye de la guerra con México y se dirige a las impresionantes Montañas Rocosas en Utah, un territorio fronterizo todavía en manos de los indios, en busca de osos y castores que cazar para comerciar con sus pieles. Johnson pronto comprenderá que la vida en aquella naturaleza tan grandiosa como agreste es muy dura. Es un mundo ordenado de acuerdo a sus propias e inexorables leyes que el recién llegado averiguará gracias a un viejo trampero ('Garra de oso') con el que aprenderá a poner trampas, a cazar, a dormir sobre la nieve, a comerciar con los indios y, ante todo, a respetar la montaña. Vemos a través de diversos episodios los progresos del protagonista en un entorno salvaje donde cada día es un nuevo reto al que sobrevivir. Entra en tratos con los indios 'Flatheads' (Cabezas lisas) y de esta relación obtiene como esposa una india que, junto a un chico huérfano y mudo, constituirán su familia hasta que son asesinados por los indios 'Crow' (Cuervo) en venganza por haber profanado Jeremiah su cementerio al cruzarlo haciendo de guía para un destacamento del ejército en busca de una caravana de pioneros. La respuesta del trampero es ir matando uno a uno a todos los guerreros que el jefe 'Crow' manda contra él para comerse después sus hígados, ya que los indios creían que en esa víscera residía el espíritu. Desde entonces sería conocido en las tierras de frontera como 'Liver-Eating Johnson'. La película termina con el reconocimiento del jefe 'Crow', dando entender que su odio se había convertido en admiración y Johnson, a su pesar, le devolverá el saludo. En estos tiempos en que simplemente el no ver correr el agua al abrir el grifo es toda una tragedia y donde estar sin conexión a internet equivale a estar desvalido, el espíritu de supervivencia, la soledad y la introspección de Jeremiah Johnson nos resultan totalmente ajenos. Su fusil 'Hawken' lo encontró junto a un cadáver helado con una nota: "Yo, Hasset Jack, en posesión de mis facultades mentales, aunque con las piernas rotas, dejo mi rifle para quien lo encuentre. Espero que sea un hombre blanco. Es un buen rifle y con él maté al oso que me mató a mí. De todas formas, estoy muerto". Así afrontaba esta gente la existencia. Ellos sísiguen el consejo de Walt Whitman que la sociedad urbanita desprecia: "No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas".

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