'no es país para viejos' La película de los Coen se convierte en la gran triunfadora de los Oscar con cuatro estatuillasanálisis

Agencias / Los ángeles / Manuel J. / Lombardo

Javier Bardem hace historia en HollywoodLa contorsión americana

El actor se convierte en el primer español premiado en los Oscar en una categoría interpretativa · El PSOE utiliza el galardón como arma electoral contra el PP

Javier Bardem hizo historia la madrugada del pasado lunes al ser el primer español que consigue un Oscar como mejor actor de reparto por su interpretación en No es país para viejos, filme que también se llevó la estatuilla a la mejor película, a la mejor dirección y al mejor guión adaptado y que se consagró como la auténtica ganadora de la 80ª edición de los Oscar. Durante su discurso, un nervioso Bardem dedicó el premio, en español, a sus abuelos, a toda España y muy especialmente a su madre, Pilar Bardem.

Jennifer Hudson, que el año pasado se hizo con el Oscar a la mejor actriz de reparto por su interpretación en Dreamgirls, le entregó el Oscar a Bardem, quien también hizo una mención especial a los hermanos Coen, agradeciendo la confianza que estos directores depositaron en él. "Su premio y el de mejor película me han alegrado más que el mío, porque desde que vi Sangre fácil siempre soñé con trabajar con ellos", confesó más tarde el actor.

No es país para viejos se impuso con claridad a sus directas competidoras en las categoría de mejor director y mejor película, Pozos de ambición, Michael Clayton, Expiación y Juno. "No tenemos mucho que añadir, simplemente gracias", dijo la pareja de directores, añadiendo que "hemos estado elaborando historias con una cámara desde que éramos pequeños, con 11 años ya hicimos una película", recordaron los autores de Muerte entre las flores y Barton Fink, entre otras.

El Oscar al mejor actor fue para el británico Daniel Day Lewis, claro candidato a alzarse con la estatuilla por su interpretación en Pozos de ambición, de Paul Thomas Anderson, película que con ocho nominaciones sólo fue premiada en dos categorías: mejor actor y fotografía. Por su parte, la actriz francesa Marion Cotillard protagonizó la sorpresa de la noche al alzarse con el Oscar como mejor actriz por su interpretación de Edith Piaf en La vida en rosa, que además ganó el Oscar al mejor maquillaje. La intérprete gala, primera que se lleva el Oscar a la mejor interpretación por un papel en francés, quiso dar las gracias "a la vida y al amor". "Es cierto que hay ángeles en esta ciudad", afirmó. Como mejor actriz de reparto resultó vencedora la británica Tilda Swinton, premiada por su papel en Michael Clayton, y cuya elección dejó el palmarés de las mejores interpretaciones en manos exclusivamente europeas. Desgraciadamente, Alberto Iglesias, el otro candidato español en la categoría de mejor banda sonora, no pudo alzarse con el Oscar, que fue a parar a manos de Dario Marianelli por Expiación.

Juno, nominada a cuatro estatuillas, sólo logró la de mejor guión original, escrito por Diablo Cody, mientras que el Oscar al mejo documental fue para Taxi to the Dark Side, de Alex Gribney, que trata el tema de las torturas en Guantánamo. Por su parte, y consiguiendo un pleno, El ultimátum de Bourne fue la única película que consiguió las tres estatuillas a las que estaba nominada: mejor montaje de sonido, mejor sonido y mejor montaje. Ratatouille, tal y como estaba previsto, ganó el Oscar en la categoría de mejor película de animación.

Pasada ya la primera ola de euforia por el galardón a Javier Bardem, la concesión del Oscar al actor español desató ayer en nuestro país un aluvión de acusaciones con marcado tinte electoralista por parte de distintos dirigentes del PSOE contra el PP. El secretario de Organización del PSOE, José Blanco, dijo que el premio "callará a los bocazas que en los últimos tiempos se han dedicado a denigrar a los trabajadores de la cultura", mientras que la ministra de Vivienda, Carme Chacón, habló del "insulto", la "crítica" e incluso la "falta de respeto a extraordinarios profesionales de la cultura". Por su parte, el candidato popular, Mariano Rajoy, se limitó a enviar a Javier Bardem, a primera hora de la mañana, un telegrama de felicitación.

Apacigüemos los exaltados ánimos patriotas, eludamos fobias particulares, saludemos al gladiador Bardem por su pica en Flandes y serenemos la urgencia informativa para intentar poner orden en los resultados de los Oscar del año de la huelga de guionistas.

Nietos díscolos del Hollywood clásico, sin el cual no podríamos entender nunca su lugar en la Historia del cine ni su posmoderno programa de reciclaje de los géneros, los escuálidos hermanos Coen se han llevado el gato al agua con una película que, como tantas otras de su cosecha, reivindica el clasicismo desde los márgenes y con la distancia de un discurso a la vez autoconsciente e integrado, con las armas de star-system y el tejido y las texturas del western que se sabe ya fuera de época, desplazado de su hábitat natural. No es país para viejos nos enfrenta a un proceso de vaciado de la iconografía y el trayecto moral del western que, como en los mejores títulos de los Coen (Fargo, Barton Fink), condensa sus logros cuando la pantalla se vuelve más abstracta y opaca, en esos fogonazos de talento formal en los que cada plano y cada sonido parecen contener todas las incógnitas de una trama que se nos escapa siempre por delante.

Si los Coen han firmado su mejor película en años transitando por los márgenes de los grandes estudios y poniendo al género (hay quienes hablan ya de post-western) contra las cuerdas de sus propios códigos para interrogar con extrañeza las nuevas formas de violencia, un filme igualmente neoclásico aunque más ambicioso y grandilocuente, Pozos de ambición, de Paul Thomas Anderson, nos señala, incluso subraya, la doble condición genética del ser americano, una condición divino-demoníaca y materialista-espiritual que levanta y socava a un tiempo los cimientos de una nación en la que los mitos clásicos del self-made man caen desenmascarados con despiadada crueldad y panorámico aliento trágico. Y también a partir de las cualidades abstractas (el paisaje transfigurado por la música, el tempo que se dilata y se constriñe) de una puesta en escena capaz de representar por sí sola, lejos incluso de la rica y densa literatura que la nutre, los rincones más oscuros del american dream.

Son las dos películas más importantes de estos Oscars, como también lo eran, aunque hayan estado ausentes de todo combate, Zodiac, de David Fincher, El asesinato de Jesse James por el cobarde de Robert Ford, de Andrew Dominik, y We own the night, de James Gray, títulos que parecen empeñados en reescribir la relación de la nación americana y sus valores fundacionales con el flujo de la Historia y sus representaciones canónicas desde Hollywood.

Los Oscar de esta edición reparten juego (no es éste momento para un único gran vencedor) y reconocen tan sólo la punta de un iceberg, el de un cine norteamericano que, sin programa ni plan preestablecido, desde la singularidad de sus nuevos autores, parece estar configurando un curioso paisaje de relectura del clasicismo, ya sea desde el extrarradio globalizado (Deseo, peligro), desde los brotes coyunturales de la (mala) conciencia liberal heredada del espíritu de los 70 (En el valle de Elah, Leones por corderos, La guerra de Charlie Wilson) o desde la frontera de géneros menores como la comedia (Viaje a Darjeeling, Lío embarazoso, Juno) o el musical (Sweeney Todd): un paisaje que puede ser visto como un signo de identidad recobrada tras la dispersión y el caos de los últimos tiempos.

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