Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Jamón jamón

AObama no le gustan las cumbres internacionales. La manera en que están organizadas, su eficacia. Aleluya. Estas misas concelebradas tienen mucho de espectáculo y escasa emoción. Todo está decidido cuando llegan los líderes. Durante semanas sus ayudantes personales, a quienes se llama sherpas en el argot diplomático, han perfilado las posiciones, negociado los detalles y redactado el comunicado final. Los titulares vienen para la foto de familia, la gracieta, los paseos a dos o en grupo, para hacer amigos y realizar declaraciones efímeras, que no tienen como objetivo la posteridad, sino el telediario de esa noche.

Los líderes del mundo se emplean a fondo para agradar a sus colegas. No siempre con fortuna. En la primera cumbre de la OTAN a la que asistió Bill Clinton, en enero de 1994, protagonizó una buena metedura de pata con el canciller alemán Kohl. Le dijo que se había acordado de él mientras veía en la televisión un combate de sumo, la lucha japonesa. Kohl puso mala cara y el presidente americano se percató de que le había llamado voluminoso y se arriesgó aún más para arreglarlo: "Bueno, usted y yo somos los más gordos aquí".

En su primera cumbre europea, en Corfú en 1994, Berlusconi llamó la atención por su exagerado maquillaje, su pelo teñido, su chaqueta cruzada y sus zapatos relucientes, que parecían de charol, según la descripción que hace Amalia Sánchez Sampedro en su libro Pendientes de la noticia. Berlusconi ha dado días de gloria a los fotógrafos de las cumbres: en Cáceres, durante la presidencia española de la UE en 2002, en un consejo informal de Exteriores, le puso los cuernos con el índice y el pulgar al anfitrión Josep Piqué, desde la segunda fila de la foto. Más gratos eran los jamones de pata negra que Felipe González regalaba a Kohl en las cumbres bilaterales. Cuando llegó Aznar, como no había química entre ellos, el presidente español buscó la física: subió a dos el número de jamones y añadió una caja de Vega Sicilia. El canciller no había empezado con buen pie: en su primera cumbre bilateral, en 1996, llevó a Aznar a Heidelberg, en cuya universidad había estudiado Ciencias Políticas. Y le invitó a una caña, pero a Aznar no le gustaba la cerveza negra preferida por Kohl y hubo que cambiársela por una rubia.

Obama se ha ido la semana pasada de L'Aquila decepcionado por tanta pose y tanto gasto. Ya conoce casi todos los formatos: cumbres del G-8, OTAN, G-20, con la Unión Europea y con los países americanos. Ahora apuesta por amortizar el G-8, que se ha quedado pequeño y obsoleto. Entre sus remedios incluye la revitalización de la ONU. Una buena idea, aunque dudo que ninguno de los cinco países con derecho de veto en el Consejo de Seguridad renuncie a ese privilegio. Pero es cierto que a las cumbres les sobra retórica y les falta eficacia.

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