Trece meses. Este es el tiempo medio de duración de un gobierno en Italia desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este dato nos sitúa ante un país caracterizado por una alta volatilidad política e inestabilidad institucional siendo paradójicamente la tercera potencia de la zona euro y una de las grandes potencias indispensables de la gobernanza de la Unión Europea, con un potente mercado interior y un avanzado desarrollo industrial y comercial en el norte.

La victoria del partido neofascista Hermanos de Italia, liderado por la populista Meloni, en las recientes elecciones generales celebradas el pasado domingo ha sido recibido con alborozo por los grupos ultraderechistas de toda Europa y con cierta cautela y preocupación en el resto de fuerzas políticas. La gran mayoría de medios de comunicación han publicado un alto número de noticias, columnas, artículos y comentarios sobre los riesgos que se avecinan al tomar el poder una fuerza iliberal que no cree en la democracia (salvo como vía para acceder al poder) y no comparte los valores europeos pudiendo poner en peligro avances sociales conseguidos con dificultades a través de las últimas décadas. No obstante, en mi opinión, todo análisis debe realizarse desde una distancia algo más amplia que parta de la propia experiencia política italiana. Italia ya ha conocido en los últimos años gobiernos de personajes tan siniestros como Berlusconi, como presidente en dos ocasiones, o Salvini, como vicepresidente y ministro del Interior (cuya Lega, por cierto, se ha hundido en las elecciones), que aupados al poder inicialmente con gran apoyo popular se han diluido ante la realidad del ejercicio del poder, descreditándose por su fracasos y corruptelas, aunque estos funestos personajes se resistan a abandonar y continúen en el juego político. Por ello, es de esperar que después de la alegría inicial, una vez se acaben los fastos y celebraciones, Giorgia Meloni tendrá que afrontar la dificultad de gobernar un país complejo, dividido y fracturado con la vigilancia, observación y control de las instituciones europeas que disponen de herramientas de control de los mecanismos de financiación hacia Italia, primer país receptor de fondos europeos y que, sin ellos, simplemente no puede funcionar eficazmente. Tan pronto se disipen los jolgorios y alegrías de la victoria de la ultraderecha vendrán las primeras dificultades. Y la popularidad empezará a caer. Trece meses es la media de duración de un gobierno en Italia. El tiempo nos dirá si el nuevo Gobierno superará esa ratio o se vendrá abajo como manda la tradición política italiana. Apuesten. Comentaremos esta previsión allá por octubre de 2023.

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