Irulegui

Seguimos enzarzados en disputas estériles, que todo lo llevan al terreno de la confrontación identitaria

El hallazgo de la mano de Irulegui en las inmediaciones del castillo del mismo nombre, situado en el valle de Aranguren, no lejos de Pamplona, ha tenido gran resonancia internacional, pero a este lado de los Pirineos seguimos como de costumbre, enzarzados en disputas estériles que todo lo llevan al terreno de la confrontación identitaria. El yacimiento corresponde a un poblado de la Edad del Hierro, datado en el siglo I antes de la Era, que habría sido destruido en el curso de la guerra de Sertorio, cuya figura y significación fueron estudiadas por el mismo historiador alemán, Adolf Schulten, que persiguió en vano el rastro de Tartessos. Todo lo que tiene que ver con las lenguas de los pueblos prerromanos no indoeuropeos, es decir los que se sitúan, si hablamos de la península, al margen del influjo céltico, es cuestión tan incierta como apasionante, dado que remite a un tiempo muy remoto -el de las culturas de la llamada vieja Europa, documentadas por los arqueólogos en todo el continente- del que han quedado muy pocos vestigios lingüísticos, siendo el idioma vasco el único que ha pervivido hasta nuestros días. En efecto, al contrario que otras lenguas paleohispánicas como el tartésico o el ibérico, pues el aquitano, según explican los especialistas, no sería sino un estadio antiguo del mismo idioma vascónico, el euskera arcaico no se perdió, sino que evolucionó y ha seguido hablándose en amplias regiones del País Vasco, Navarra e Iparralde, nombre eusquérico de las provincias vascofrancesas. Sólo la primera de las cinco palabras inscritas en el bronce de Irulegui ha sido identificada como protovasco, pero algunos filólogos piensan que el signario ibérico del que se sirvió el grabador incorpora fonemas específicos, no existentes en esa lengua que por lo demás presenta similitudes con la de los vascones, fundamento de la hoy desacreditada hipótesis vascoiberista, basada en una supuesta relación genética directa. Toda cautela es poca a la hora de analizar los descubrimientos espectaculares, pero al margen del rumbo que tome la investigación parece claro que se trata de una pieza importante. Que los vascones y sus descendientes andan por esas tierras de Jaungoikoa desde hace milenios no es ninguna novedad. Sí lo sería que su antiquísima lengua, uno de los muchos tesoros que contiene el solar de Hispania, ofreciera testimonios escritos indudables. Más que aprovechar la ocasión para hacer chascarrillos o política de campanario, deberíamos felicitarnos y de paso desear que las inscripciones ibéricas, que hace décadas que podemos leer, aunque sepamos muy poco de la lengua o lenguas que transmiten, revelen un día su significado oculto.

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