Campo Chico

Alberto Pérez de Vargas

Inolvidable Chano

Su presencia en el anecdotario se mantendrá mientras nos quede memoria

Chano, el cura de la Cuesta del Rayo, habría cumplido el día 8 de enero, ochenta años. Pero se murió antes de cumplirlos: el pasado martes hizo exactamente un año.

Había nacido en Cádiz, en una casa cercana a la iglesia del convento de Santa María, donde reside la sagrada imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Todo ello supuso mucho para aquel jovenzuelo que quiso y consiguió ser cura. Se hizo en el seminario de San Bartolomé y tuvo allí un profesor que era de Tarifa, Sebastián González Araujo, que con el tiempo sería párroco de la iglesia algecireña de Nuestra Señora de la Palma.

El padre Chano me habló en una ocasión de él con una admiración que yo nunca habría sospechado. Eran dos personalidades tan sólidas y tan distintas, que a nadie se le podía ocurrir pensar en una influencia tan positiva como la que se extraía del relato de Chano. La verdad es que cuando tuve la oportunidad de conocer al padre Sebastián con mayor proximidad que la que se deriva de una relación sin especiales pretensiones, pude percibir un sentido de la religiosidad y una sensibilidad poco comunes.

Me contó Chano que en cuanto le reconocieron en Cádiz una minusvalía derivada de su acusada sordera, hizo uso de la condición en un pasillo reservado a minusválidos en la estación de autobuses. Iba de paisano y le pareció que era una buena ocasión para estrenar su nueva consideración. A la salida, un guarda se puso ante él y le señaló el cartel llamándole la atención sobre el uso, a su juicio indebido, del pasillo. Chano le dijo que él era minusválido y el guarda, incrédulo, le aseguró que no lo parecía mientras añadía: “igual es también cura”. “Pues sí”, contestó Chano, dejando al guarda con la mirada perdida. Eso sí, no usaría jamás la tarjeta para el parabrisas: “No me faltaba más que exhibirla en Algeciras, con la guasa que tiene el personal”.

Tal vez la pérdida de Chano haya sido la señal del término de una generación de irrepetibles

Su presencia en el anecdotario se mantendrá mientras nos quede memoria. Unida en no pocos puntos, a otro personaje singular e inolvidable, José Rebolo, que estará contento, allá en el Cielo, de tener cerca a Chano y de ver como nuestro querido Manolo mantiene el pulso, sin pérdida de solera, en ese mágico local de la calle Sevilla, frente a otro histórico, el de Dioni.

Tal vez la pérdida de Chano haya sido la señal del término de una generación de irrepetibles que, sin duda, permanecerán en nuestros corazones esperando la ocasión de que nos refiramos a su feliz existencia y a que nos hayan dado la oportunidad de disfrutarlos.

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