De ella recuerdo una fuente de piedra con peces de colores y también me recuerdo como un dorado pez buceando en la piscina, con branquias, bajar muy hondo a recoger objetos que yo misma había tirado para después ir a buscarlos poniendo a prueba mi entonces esponjosa resistencia; recuerdo el olor a los auténticos aromas morunos de Ceuta; recuerdo la terraza de la casa, los bocadillos de chocolate; un tragadiscos rojo que trajo mi padre de un viaje en un baúl naranja con una muñeca con unas piernas interminables; recuerdo los libros del cuarto de mis hermanos que el mayor leía y el mediano usaba para hacer unas fortalezas tan alucinantes como las historias que los libros contaban; recuerdo a mi hermana mayor pillándome saliendo sigilosa de la cama, diciéndome que a dónde iba tan temprano los días sin colegio, recuerdo cómo me gustaba hacerlo para sentir el silencio de la casa mientras todos los demás dormían; recuerdo el olor a mar, las sirenas de barco, la feria justo debajo de casa; recuerdo el primer beso, robado, de un pequeñajo descarado al que adoraba, jugando al escondite agazapados debajo de una mesa; recuerdo el peculiar quiosco que había en la entrada del colegio de los niños o la tienda que había justo debajo de nuestra escuela donde los cropanes me sabían a gloria; recuerdo las sombras que las cortinas del pasillo proyectaban haciendo figuras fantasmales cuando las ventanas estaban abiertas y corría la brisa, me metía entera dentro de la cama muerta de miedo… Y ahora recuerdo que me olvidé de recordarme todo aquello.

Los sucesos, ley de vida, han cambiado: a los peces de colores no los tengo tan cerca, los pulmones perdieron capacidad y resistencia, la comida marroquí se encuentra ya hecha en la estantería de cualquier supermercado, no oigo ni una sola sirenas a no ser que las arrastre el viento de levante ni toco el amor incondicional de mi padre ni el del devorador de libros, el poeta…

Ahora la vista la proyecto en otras recién estrenadas vidas, devolviéndome esa viva mirada de la infancia cuando los tengo cerca. No deja de sorprenderme la luz que irradia la pura inocencia, la naturalidad con la que afrontan la vida, el entusiasmo que le ponen a cualquier mirada. Y por más que intento recordarme así no me recuerdo. Veo tanta pureza cuando llegan que para no romper la magia me coloco la roja nariz de la maestría y jugamos a que les enseño.

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