Los independentistas se han estrellado el jueves. En general a los exaltados les va mal este año. Wilders perdió en Holanda y Le Pen en Francia. Ahora May ha sufrido un batacazo en el Reino Unido. Las señales políticas que emite Europa orientan a la moderación. ¿Y el 1 octubre? Es otro elemento de desestabilización que circula: la amenaza de un referéndum independentista en Cataluña. Una provocación que generará tensiones. Y también, motivo de preocupación para una Europa a la que no le gustan los sustos.

Hay dos señales británicas interesantes para este caso hispano español. Los dos grandes partidos tradicionales han sumado en el Reino Unido el jueves el 82,5% de los votos; el esquema clásico de Europa hace medio siglo. Y junto a este resurgir del bipartidismo, se han hundido los populistas del UKIP, el partido que provocó que Cameron convocara un referéndum sobre la permanencia en la UE pensando que lo ganaría, pero lo perdió. El UKIP fue el partido más votado en el Reino Unido en las europeas de 2014, con el 27% de los votos. En aquella ocasión, los laboristas y los conservadores no sumaron ni la mitad de los votos. Pero esta semana el UKIP no ha llegado al 2%. Y, en segundo lugar, ha perdido fuelle el Partido Nacionalista Escocés. Parece que se le han quitado las ganas de convocar un segundo referéndum para independizarse de Gran Bretaña. El modelo escocés se evapora de la galaxia catalana.

Sin embargo, el partido de Pujol, Mas y Puigdemont sigue empeñado en su huida hacia delante. La Convergencia que representaba a la burguesía capitalista catalana ha pactado con la izquierda republicana y la extrema izquierda anticapitalista una pregunta y una fecha. Se supone que estos hispano escépticos saben que no habrá consulta y que lo quieren es negociar una reforma constitucional que refleje una primacía de Cataluña en España: reconocimiento como nación; hacienda propia, como la de vascos y navarros; preferencia de la lengua catalana… Cualquier acuerdo al que se llegue será más oneroso que los 14 artículos del Estatut anulados por el Tribunal Constitucional en 2010 a instancias del PP.

Aquel fue el final de una carrera de despropósitos. La inició Zapatero en 2003, al prometer que aprobaría en Madrid el Estatuto que se mandase desde Cataluña. Promesa gratuita, porque no pensaba ganar en 2004. Después se planchó el Estatut inicial en Las Cortes, sin el concurso del Partido Popular. Acto seguido, el PP se tiró al monte, con firmas contra el Estatut y un recurso al Constitucional. Y a cada paso, mayor indignación en Cataluña. En esto, llegó la crisis y lo enfangó todo.

Pero el mundo marcha en la dirección contraria. La UE ya representa menos de la quinta parte de la producción mundial. Hay que acostumbrarse a considerar a Europa como una nación. España, Francia o Alemania serían regiones. Y Cataluña, Andalucía o País Vasco, comarcas o condados. Como mucho.

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