Hay algunos lugares en el que el tiempo se ha detenido. Curiosamente no en todos los aspectos. Pongamos que hablamos del Campo de Gibraltar. Hemos crecido como una conurbación de poblaciones interdependientes (administración, comercio, servicios...) pero en la que casi no existe la conexión de los transportes públicos; todo pasa por el uso privado de los vehículos que difícilmente amortizarán carburantes, ni los niveles de ruido y el peligro de más coches en estas carreteras, que ya cuando se crearon se habían quedado pequeñas.

En treinta y tantos años de desplazamiento a mi trabajo apenas han cambiado las redes de comunicación. Los campogibraltareños somos ciudadanos de segunda. O tercera. Y no porque lo llevemos grabado genéticamente, sino impuesto con un sello indeleble: vivimos esquinados. Distantes de los centros de poder. Alejados de mi querida Cádiz que como capital de provincia es una "madrastrona"; mancillado el lugar por el impacto de una trasnochada revolución industrial (que pregunten a los habitantes de Puente Mayorga) y con un puerto importantísimo de valor internacional, que por lo visto no ha servido para que geógrafos y urbanistas trabajen en los ayuntamientos de la zona, y menos en las capitales, un axioma básico que sabe un alumno de Geografía en segundo de Bachillerato: cómo se articulan las ciudades en sus redes urbanas y de transportes; cómo no es posible un desarrollo integral sin una vertebración real del territorio. Aquí nada de eso se da.

Ahora que inicio una etapa en la que no tengo que estar a las 8 de la mañana en mi trabajo, pero en la que no quiero convertirme en un fósil del género Homo, me dispongo a coger autobuses. Pues no será posible. Si los hábitos han cambiado en la población, el servicio es el mismo que hace 45 años, cuando iba al cine a Algeciras. No hay posibilidad de trenes de cercanías, qué digo de cercanías, ¡no hay trenes! Un polígono industrial de primer orden y un puerto con la entrada de contenedores y pasajeros más importante de la Península no pueden salir a otros puntos utilizando el tren, sino agolpándose en grandes tráileres que provocan más de una tragedia en unas vías colapsadas.

Ahora que me quiero incorporar al mundo para seguir haciendo cosas que me gustan, ahora, me vuelve a dar la realidad un bofetón en la cara: ¡despierta que aquí de progreso solo nos ha llegado la contaminación!

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