la chicotá

Francisco Illescas

In ictu oculi

Así es, en un abrir y cerrar de ojos. Como la llamá de un capataz a su gente. Como la respuesta del patero. Como el chisporreteo de un cirio. Como la gota de cera que besa el suelo. Como el solo de una corneta. Como la lágrima de emoción que se abre camino mejilla abajo. Como la oración interna que solo el corazón conoce al paso de una devoción. Como el quejío de una saeta. Como una buena levantá. Como un tañido del muñidor. Como un trago del jarrillo lata. Como el racheo de una alpargata.

Como un cambio del vocero. Como la voluta de incienso camino del cielo. Como el destello de la plata bruñida en tardes de Cuaresma. Como los tres golpes del fiscal. Como la sonrisa de un monaguillo en tarde de estreno. Como un crujío de la de la vieja madera. Como el golpe de palermo de un diputado de tramo. Como un vamos a empujar esa trasera. Como el suspiro que se escapa a la mirada del cielo encapotado. Como la última torrija. Como los ciento sesenta pasos por minuto del legionario. Como el vuelo de un vencejo. Como las campanadas del reloj de La Palma. Como el sincero abrazo tras la recogía. Como la trasera de un palio que se nos va. Como el aviso de un contraguía. Como un echarse la mano a la barbilla para ajustar el antifaz. Como una chicotá bien trabajá.

Viernes Santo y parece que fue ayer cuando el polvo de la ceniza se depositaba en nuestras frentes en forma de cruz. Siempre pensé que el triunfo de la Semana Santa residía en lo efímero de la misma. En que por mucho que se quiera retener, se nos termina escurriendo entre los dedos como el agua de una fuente. En que el resplandor de una candelería o la innegociable belleza del fanal de flores, nunca será eterno. De ahí su belleza.

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