Ignacio se fue

A Ignacio le molestaron profundamente los ataques a su escritor preferido, Javier Cercas

La empresa en la que trabajaba Ignacio celebró una convención de esas en las que todos deseaban que el encuentro terminara cuanto antes para poder quitarse la máscara de sonrisas fingidas y liberarse de las jornadas laborales más ineficaces del año. Además, había decido hacerla en un hotel situado entre las turísticas playas de Lloret del Mar y Blanes, dos poblaciones que recordaban como el paraíso del turismo británico más aficionado a beber y a llenar las terrazas de sus alquilados apartamentos con todo tipo de prendas descoloridas por el uso. Pero el hotel resultó una maravilla, situado en un bosque perfecto y frente al mar, disponía de playa particular ya que sólo se podía acceder a ella o por mar o a través del propio recinto. Gracias a la perfecta localización, los asistentes disfrutaron y hasta soportaron los mismos discursos que año tras año repetían los ponentes apelando al cambio.

A Ignacio le gustó tanto el lugar, que volvió con su familia al mismo hotel los siguientes cinco veranos, lo que les ayudó a conocer bien toda la Costa Brava a base de excursiones. Decidido a convertir a Cataluña en su lugar de veraneo; enamorado de sus gentes, geografía y cultura, compró un precioso apartamento en Tossa y hasta uno de sus hijos se hizo del Barça. Conoció amigos y convirtió a una tierra que distaba más de 750 kilómetros de donde vivía en el lugar con el que soñaba para cuando le llegara la hora de su retiro.

Este verano Ignacio ha alquilado su apartamento a una familia rusa. La Cataluña de la que se enamoró, abierta, colorista, plural, amable y moderna, se ha convertido en su opinión en una sociedad cerrada en sí misma, enfadada y monotemática. A Ignacio le molestó profundamente los ataques a su escritor preferido, Javier Cercas; no entiende que un partido de izquierdas haya dado la economía y la sanidad a los herederos de la mayor corrupción habida, y que además pretendan gestionar desde Waterloo lo que ocurre en sus calles. Ignacio cree que habría que introducir en la Constitución cambios para que todos estuviéramos cómodos en ese cuerpo común que llamamos España; se define como catalanista, pero no entiende la independencia en un mundo en el que todo está conectado. Defiende que, si es una suerte ser catalán, lo es más ser también español, europeo y ser humano. Cuando Rajoy comenzó a pedir votos en contra de la reforma del Estatut, Ignacio disfrutaba al ver el sol reflejado en las sonrisas de quienes habitaban tan hermosa tierra, pero ahora sólo ve hastío y cabreo, y culpa de ello a quienes viven de las heridas, en vez de intentar curarlas.

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