Ideas

Urge tanto más saber de dónde venimos cuando la atmósfera del presente se hace irrespirable

Para uno de los padres de la edad romántica, Johann Gottfried Herder, el culto de la nación no se oponía a la idea de la hermandad de los pueblos ni propiamente al pensamiento ilustrado, pues como explica Luis Gonzalo Díez en El viaje de la impaciencia el movimiento emancipador que después recibiría el nombre de nacionalismo surgió más como una derivación de las ideas progresistas que por oposición a ellas, aunque alumbrara al mismo tiempo una vigorosa corriente reaccionaria. Enemigo del "maldito Estado", Herder abominaba del poder y de los poderosos, de los nobles y los déspotas hacia los que los intelectuales de las Luces, tan cortesanos y acomodaticios, habían mostrado una sumisión desmoralizadora. Admiraba por encima de la cultura libresca la literatura oral y su sustrato, forjado a partir de la lengua, la sabiduría y la experiencia de las generaciones y base del famoso Volkgeist o espíritu del pueblo, de tan siniestras resonancias en el siglo XX. En su formulación original, el concepto era del todo ajeno a la política, pero no tardaría en ser adoptado por los partidarios de confinar las esencias patrias en fronteras impermeables, de modo que la utopía liberadora dejó paso a la exaltación de burocracias identitarias. En un libro anterior, La barbarie de la virtud, Díez ha explicado cómo el sujeto histórico que protagonizó ese proceso, la burguesía, fue igualmente impugnado por los socialistas y por un conservadurismo que dejaba atrás las raíces cristianas, todavía muy visibles en los reformadores anteriores a Marx, para reclamar la legitimidad de una fuerza que también se amparaba en la ciencia. Hasta hoy mismo, la dialéctica entre tradición e innovación ha marcado la historia de las ideas políticas en la era contemporánea, y basta sumergirse un poco en ella para advertir el peligro de los redentores que hablan de romper con todo lo anterior para inaugurar un tiempo radicalmente nuevo. A partir de la dictadura jacobina, un declarado adversario de la Revolución como Edmund Burke -"Por odiar los vicios en exceso, se termina amando a los hombres demasiado poco"- extrajo conclusiones de una lucidez inquietante. Aprendemos de autores muy alejados de nuestra sensibilidad, en tanto que otros venerados nos decepcionan y así vamos desarrollando un sano escepticismo hacia los principios inamovibles, una bien fundada prevención frente a los descubridores de mediterráneos. Cuánto se agradecen los matices en este tiempo ruidoso y encanallado, que ofrece la base perfecta para que proliferen las recetas simples, a menudo falsificadas. Urge tanto más saber de dónde venimos cuando la atmósfera del presente se hace irrespirable.

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