Iberismos

Desde España habría que mirar más al oeste peninsular. Quizá haya llegado el momento de borrar esa raya divisoria

Somos pocos los que mantenemos la ilusión de tender nuevos puentes con Portugal. Una ilusión antigua, silenciosa, sin apenas esperanzas, casi como un rito clandestino del que se habla sólo en contadas ocasiones. Quizás porque puede parecer algo ingenuo, al margen de los grandes problemas que conmueven a España. Sin embargo, ahora que todos los horizontes se muestran cerrados y grises, con pocas luces en perspectiva, se están dando ahí, en el país vecino, voces y acontecimientos dignos de comentarse. Pero la costumbre de prestar atención a lo que pasa tras la raya portuguesa se ha perdido, si alguna vez la hubo. Aunque sí, la hubo, hace más de un siglo: el iberismo fue un movimiento vivo, con fuerza y publicaciones, en las ultimas décadas del XIX y primeras del XX. Pero se limitó a una reducida gama de escritores e intelectuales. Aunque participaron en esta aventura las mejores plumas de ambos países. Mas la influencia de este iberismo -entonces se difundió el término- no fue más allá de papeles, conferencias y manifiestos. Los poderes políticos estuvieron como siempre, cautelosos y ausentes: no les parecía una cuestión rentable. Y en ese estado de atonía se mantienen. Pero, aunque sorprenda, en estos últimos días, los mejores ejemplos europeos, ante los problemas actuales, nos llegan de representantes políticos de Lusitania. Por una parte, por la actitud y las palabras de su presidente de gobierno, António Costa, que, tras arremeter contra la reciente postura holandesa, realizó unas declaraciones tan contundentes como bien razonadas. La difusión alcanzada en la prensa europea ha sido merecida. Por fortuna, por una vez, la voz de una nación menor (en extensión) y del sur se ha hecho oír y ha provocado forzados repliegues en el norte. También ha servido de aval a Costa el estar gobernando su país sin ocasionar humillados ni ofendidos. Como lo prueba que el jefe de la oposición, Rui Rio, le ha ofrecido una factible colaboración, resumida en la frase: "Su suerte es nuestra suerte". Por tanto, desde España habría que mirar más hacia el oeste peninsular. Quizás ha llegado el momento de empezar a borrar esa raya divisoria, más imaginaria que real. O, cuando menos, comenzar a pensar, a reflexionar, cómo diluirla, de mutuo acuerdo, para satisfacción de uno y otro lado de a raia. Sería un buen ejemplo, estimulante, en una Europa tan apagada como repleta de egoísmos localistas y trasnochados. Una buena tarea que Portugal y España podrían emprender. ¡Y darles así razón, un siglo después, a nuestros antepasados iberistas!

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