Huérfanos de ideas

Reducir la supervivencia del proyecto europeo a un duelo cuantitativo de ajustes contables produce una imagen triste

El proyecto común europeo ha estado a punto de encallar. Y todavía puede hacer aguas, si esa voluntad de unión sólo se fundamenta -tal como se ha puesto en evidencia la semana pasada- en un tráfico de cifras y en meros intercambios contables. Ponerse de acuerdo sobre unas medidas económicas era necesario y prioritario en momentos difíciles como los actuales. Pero reducir la supervivencia de la comunidad europea a un duelo cuantitativo de ajustes contables, ha producido en muchos europeos una imagen más bien triste, amarga e inestable. No hace falta haber leído a Marx para captar el valor de la infraestructura económica en la vida social, pero no ha habido, entre los participantes en las reuniones de Bruselas, ni un solo gesto para acompañar ese frío trueque con argumentos que mostrasen que tenían conciencia de lo que estaba en juego: recomponer la idea de una Europa frágil y enferma y no un tenso mercadeo más de estampitas y poder. Quizás a los políticos allí reunidos no se les podía pedir más. Tal vez porque la verdadera frugalidad de la que discutían no era la económica sino la de ideas. No podían ni sabían escapar al papel de contables y mercaderes que ellos mismos se habían previamente asignado. Eran incapaces de salir de tal orfandad de perspectivas e incapaces para afrontar el conflicto sino era reduciéndolo a cifras y en cifras que repercutían sobre todo en sus casitas y televisiones locales. Es decir, de nuevo la anti-Europa asustada de salir de su gallinero, impone la palabra del viejo mercader nacionalista. Pero una palabra de mercader al que la misión encomendada le viene grande. En momentos tan decisivos ha de buscarse, por descontado, la balanza del economista y la garantía del experto en números, pero sin eliminar los restantes apoyos culturales que una historia como la europea ha sabido crear. Porque se puede perfilar bien los números, pero, además, tener ideas; incluso ser economista y también pensar en las cosas colindantes que ayudan a comprender mejor el porqué de las sumas y las restas. Baste con recordar a Keynes, en estos últimos años tan añorado. Asistió a muchas reuniones similares a la reciente de Bruselas, en las que se jugaban cartas importantes para el futuro de Europa (tras finalizar la primera guerra mundial) y tal como recoge en sus textos autobiográficos, buscaba siempre que los planteamientos económicos, las cifras, quedasen envueltas, encarnadas, explicadas en un proyecto en común que crease una nueva ilusión de vida para los europeos. Y, además, escribía muy bien. ¿Quién puede todavía recoger su testigo?

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