Hacienda

Toda la retórica ideológica se reduce al final al intercambio de sillones y al saludable reparto de sueldos públicos

Puede que no sea la primera vez en que la formación del gobierno -tanto a escala nacional como autonómica y municipal- coincida con el cierre de la campaña de Hacienda. Sea como sea, la coincidencia sugiere reflexiones interesantes. La primera -que nadie debería olvidar- es que los buenos servicios públicos cuestan mucho dinero, así que nadie puede escaquearse a la hora de pagar impuestos. Eso debería ser un mandamiento cívico. Pero enseguida surgen las dudas.

La primera, que las grandes empresas pagan mucho menos que el ciudadano medio, ya que se radican en países con legislaciones tributarias muy beneficiosas (Irlanda o Luxemburgo, por ejemplo, donde tributan los gigantes como Amazon o Google). La segunda es que una gran parte del dinero recaudado no se dedica a los servicios básicos -Sanidad, Educación-, sino que se invierte en alimentar una Administración elefantiásica, sobre todo la autonómica, en la que los políticos han encontrado un medio muy favorable para ganar sueldos elevadísimos a costa del pobre contribuyente. Y la tercera es el recochineo con que los partidos políticos deciden sus pactos de gobierno -y los sueldos correspondientes-, sin que parezcan importarles mucho los intereses de los pobres ciudadanos que les pagan el sueldo. Toda la retórica ideológica, con sus paparruchas habituales -"progreso", "bienestar", "intereses de la ciudadanía", "la intocable España unida"-, se reduce al final al intercambio de sillones y al saludable reparto de sueldos públicos. Los partidos políticos, no lo olvidemos, son ante todo -y sobre todo- gigantescas agencias de colocación. Y muy ingenuo ha de ser quien todavía se crea su burda propaganda supuestamente destinada a mejorar la vida de los ciudadanos.

Repito: todos debemos pagar impuestos, y más aún cuando tenemos una Sanidad pública extraordinaria y un sistema educativo que no es malo (aunque podría ser mucho mejor). Pero lo sangrante es que una gran parte de nuestros impuestos se dedique a financiar la gigantesca maquinaria laboral creada por los partidos políticos, ese nuevo equivalente de las "almas muertas" de Nikolai Gógol. Sobre todo cuando vemos las negociaciones en que todos los partidos, a pesar de sus ridículas protestas de altura moral, se enzarzan en sus peleítas por ver quién se queda con el mejor sueldo.

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