cajón de sastre

Nicolás Barroso

Guerra y paz

LA historia de nuestro país está llena de ejemplos en los que los españolitos de a pié han tenido que arremangarse y meterle mano a problemas que deberían haber solucionado previamente sus dirigentes. Ya en el Cantar de mío Cid la cosa queda meridianamente clara: " Dios que buen vasallo, si tuviera buen señor…..". No es casualidad que mayoritariamente nuestro imaginario colectivo de héroes, esté poblado de paisanos que en un momento de sus vidas y sin ellos quererlo, tuvieron que pronunciar la frase más racial de todas: ¡Hasta aquí hemos llegado!. Y al conjuro de esas palabras mágicas, aparecieron Viriato, el Cid, Agustina de Aragón, el cura Merino y hasta el tamborcillo del Bruch. No es de extrañar que la palabra española guerrilla sea universal. Ganamos siempre más batallas individuales que colectivas.

Siempre me ha maravillado la capacidad de improvisación de la que hacemos gala los ibéricos. Todavía en la históricamente próxima Guerra Civil hombres como Enrique Líster o El Campesino mandaron regimientos republicanos en el campo de batalla, sin formación militar previa. Otra gloriosa improvisación fue el 2 de mayo.

Las guerras de hoy, debido quizás a que el personal no está ya dispuesto, afortunadamente, a morir en una trinchera, son de tipo económico y las invasiones son demográficas y comerciales. Los campos de batalla actuales son los mercados, la deuda soberana y los tipos de interés. Si piensan que exagero, miren los comercios chinos emergiendo como setas a su alrededor y como en todas las guerras, constate nuestros daños colaterales: cinco millones de parados, un veinte por ciento de españoles por debajo del umbral de la pobreza y los bancos y cajas maniatados.

Y si espera ayuda de nuestros dirigentes, agárrese a los pelos del pecho, porque están a otros asuntos más interesantes para ellos, como la hoja de ruta de ETA o los estatutos de autonomía. Habría que recordarles lo que decía el post-it que Clinton tenía en su despacho: "Es la economía ¡Estúpidos!".

En esta guerra ya no valen ni el individualismo ni las improvisaciones. Las armas de lucha eficaces son la formación, la competitividad y apretarse el cinturón. O la ganamos todos o la perdemos todos, perdiendo con ello todo por lo que nuestros abuelos, padres y nosotros mismos hemos luchado. Quiera el Altísimo que al final de la batalla, estemos más cerca de Lepanto que de Trafalgar.

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