Guerra y paz

Tras sus declaraciones sinceras, Guerra ha arrasado la poca fe que nos quedaba en la independencia judicial

Me limitaré a transcribir y a comentar las impresionantes declaraciones de Alfonso Guerra en un encuentro en las oficinas de la firma internacional de abogados Ashurst el 19 de noviembre sobre la inconstitucionalidad manifiesta de la ley de violencia de género. Sí, la misma de la que si uno manifiesta la más mínima duda lo menos que le llaman es fascista.

Contó Alfonso Guerra: "Al Congreso llegó una vez una ley, una modificación de la ley, por la cual actos penales, si estaban ejecutados por hombre y mujer, tenían sanciones diferentes. ¡Pero esto está en contra del artículo 14 de la Constitución! Esto no puede ser. [Se dijo] "Pero es que hay más casos" [le dijeron]. "Ya sé que hay muchos más, pero eso no cambia la tipología del delito. No puede ser [replicó]. Se aprobó. Entonces, alguien lo presentó al Tribunal Constitucional. Yo [Alfonso Guerra] hablé con el presidente del Tribunal (que era una persona conocida) y le dije '¿Lo declararéis inconstitucional?' 'Hombre, ¡esto es inconstitucional, absolutamente, claro!' Me quedé tranquilo. Salió la sentencia. Es constitucional". [Pidió explicaciones y le contestaron:] "¿Tú sabes la presión que teníamos? ¿Cómo podíamos soportar esa presión?" "No puede ser así, no puede ser... A mí [a Guerra] me parece absolutamente injusta esa sentencia».

Desde que han salido las declaraciones las he compartido compulsivamente por mis redes sociales y sólo me ha consolado saber que el joven John Henry Newman, impresionado con una vicisitud política de su época, escribió en dos días hasta cien cartas comentándola. Hay momentos clave en la vida política de una nación que disculpan que uno se ponga algo pesado o que incluso escriba un artículo que apenas sea un altavoz. Porque las palabras de Guerra hay que oírlas bien y sacar consecuencias.

Primera, dejar de reprobar a quienes se atreven a manifestar públicamente sus dudas sobre la constitucionalidad de esa ley. Segundo, para preguntarse qué hemos hecho con la independencia judicial en esta democracia que nos hemos dado. Tercero, para reclamar responsabilidades morales a todos los que intervinieron en esa chacota, empezando por el presidente del Tribunal, al que Guerra ha dejado como Cagancho en Almagro y terminando por los que votaron en contra de su conciencia o incluso los pocos que se ausentaron de la votación (como hizo Guerra) pero no abrieron el pico hasta ahora.

Cuarta consecuencia: hacernos el firme propósito de aguantar, aunque sea en nuestras cuitas cotidianas, la presión.

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