Gibraltar

La primordial soberanía a reclamar es la que permita a los campogibraltareños elegir, en libertad, dónde y en qué trabajar

Ante las negociaciones que impone el Brexit, muchos españoles se habrán quedado helados al leer que, pasados tres siglos de la pérdida de Gibraltar, más de diez mil españoles aún se ven obligados a trasladarse, cada día, a la Roca para obtener un salario. Pero la vergüenza que esta viejísima dependencia económica y social produce, se incrementa al oír a los actuales responsables políticos españoles repetir la misma retórica reivindicativa, sin enrojecer ante la triste paradoja que supone reclamar la soberanía de una colonia extranjera, gracias a la cual, sin embargo, se alimentan más de diez mil familias españolas. Y eso desde hace siglos. ¿Cómo se puede llamar negociación a unas conversaciones en la que una parte depende, sin alternativa alguna, del trabajo que proporciona otra? Con tales condiciones previas se está entregado a la interesada voluntad de un empleador, consciente de la debilidad del otro. Por tanto, conviene recordar, una vez más, la vergonzante dependencia que perdura. Recuperar la soberanía del Peñón tendrá dificultades exteriores, pero, desde dentro, proporcionar medios dignos de vida a los habitantes del Campo de Gibraltar para que no se vean obligados a traspasar la frontera para poder trabajar, eso sí ha estado en manos españolas y andaluzas solventarlo. Pero los sucesivos gobiernos, de uno u otro signo, han preferido mirar, cínica o ingenuamente, hacia otro lado. Sin darse por enterados del indigno espectáculo que representa ver convertido el Peñón en tótem y madre nutricia indispensable de tantos andaluces. La retórica del supuesto oprobio de la presencia de una bandera extranjera solo ha servido para ocultar el consentido abandono de este rincón del sur. Solo tras el cierre franquista de la frontera, se inició un plan de desarrollo que benefició a una limitada parte de la población, y los sucesivos intentos de crear una nueva provincia o una comunidad comarcal han aportado más fachadas administrativas que incidencias en el mundo productivo. Solo el puerto de Algeciras, gracias a sus circunstancias geográficas, ha logrado estirarse, aunque todavía no tiene derecho, en su trazado ferroviario, a superar la velocidad de las antiguas diligencias por una serranía en la que aún perduran ecos de las leyendas de contrabandistas, matuteros y estraperlistas. Por eso, la primordial soberanía a reclamar es la que permita a los campogibraltareños elegir, en libertad, dónde y en qué trabajar. Y ante esa sólida demanda todos los gobiernos españoles, hasta el presente, se han limitado a mirar hacia otro lado.

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