Releo un viejo artículo de Ramón Pérez de Ayala que con título sugestivo -Genio, ingenio y talento- ilustra sobre tan delicada diferencia en el ámbito de la literatura, razonando el porqué de la diversa suerte de quienes a menudo cuentan con capacidades similares. Observa el autor cómo hay escritores que gozan del favor del público, sin que la crítica, en cambio, repare jamás en sus bondades ni les otorgue valor alguno. Recoge también el ejemplo contrario, el de aquellos otros indiscutibles para una minoría selecta, pero condenados siempre al desdén de una mayoría ignorante de sus excelencias e insensible a sus esfuerzos. Queda el tercer género, sublime y escaso, de los que conquistan ambos galardones, la corta nómina de los "inmortales", cuya genialidad acertó a conseguir plenitud de fama y gloria.

Aunque de inmediato atenderé a las causas, me interesa primero reivindicar la validez del esquema en los restantes órdenes de la vida y advertir de su rara perspicacia para esclarecer la esencia de cada generación. Abundan hoy, y no sólo en las letras, los ingeniosos, dispuestos a no perdonar un atajo en la búsqueda obsesiva del éxito. Tiempo de brillos y de fuegos, aun artificiales o fatuos, en el que poco importa y hasta estorba el talento, no va quedando sitio en él más que para los varios significados de la vanidad. En esas condiciones, tampoco merece grave reproche la deserción de los elegidos, cansados de malvivir en el paraíso de los pícaros, necios o no, y temerosos de un silencio que ya se iguala al fracaso y a la muerte.

¿Y de los genios? ¿Qué fue de ellos? Dando por cierto, como hiciera Pessoa en Eróstratoy la búsqueda de la eternidad, un ensayo escrito en los años treinta y ya casi olvidado, que el genio sin ingenio no recogerá en su tiempo, o en el tiempo que le sigue, los resultados de ambos dones, impacienta esta coyuntura nuestra tan huérfana de genios visibles. Aquí la explicación se la cedo a Pérez de Ayala. "El milagro del genio -decía- consiste en que al pronto es aceptado y comprendido por todos. Y tal comprensión unánime no proviene tanto de sus méritos, cuanto de que en esas épocas cruciales, que son como incubadoras de genialidad, reinan una emoción y unos ideales comunes que convergen y se condensan en la voz genial". No parece que ahora sea el caso. Y de sus ausencias tendría que responder muy principalmente nuestra desconcertada y frívola manera de concebir el mundo.

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