Al recién constituido gobierno de España merced a la presentación de una moción de censura al ejecutivo del Sr. Rajoy, se le denomina -en expresión que rápidamente ha hecho fortuna- un "gobierno Frankenstein". La analogía salta a la vista: al igual que el personaje de la novela de Mary Shelley, el científico suizo Víctor Frankenstein, se sirvió de las diferentes partes orgánicas de cadáveres que localizaba en cementerios y salas de disección para después reconstruir quirúrgicamente su criatura, Pedro Sánchez ha rebuscado entre los escaños del Congreso toda suerte de retales políticos para poner en pie un engendro capaz de expulsar a Rajoy de la Moncloa. La escritora, aventurando las dificultades de una todavía desconocida microcirugía, superó el obstáculo que para la rapidez de la elaboración podría suponer la conexión de algunos órganos, haciendo que el científico armase una criatura de grandes dimensiones y así su androide, aunque correctamente proporcionado alcanzaba los dos metros y medio de altura. En cambio, la imprescindible diligencia que para su éxito precisaba el trapicheo de Sánchez, se consiguió gracias a la precariedad y fragilidad del ensamblaje entre las piezas de su mecano político. La descarga eléctrica que en la novela insufla el hálito de vida a la criatura, tiene su equivalencia política en el ofrecimiento de sinecuras y canonjías al que el líder socialista supuestamente ha recurrido para poner en marcha su esperpento. El doctor Frankenstein quedó profundamente decepcionado nada más ver cobrar vida a su criatura. Era un monstruo de aspecto horrendo, su creación: "se convirtió en algo que ni siquiera Dante hubiera podido concebir". El rictus de tristeza de Sánchez tras haber jugado a "aprendiz de brujo" apunta a que ya es sabedor de que la fealdad y contrahechura de su insólita mayoría parlamentaria la empujaran al abismo. Al tomar conciencia de sí mismo, el androide comprueba el rechazo de la gente que le ve como un ser repugnante. Si al menosprecio de sus teóricos semejantes se une el hecho de que el cerebro que se le implanta es el de un asesino, la criatura se ve impelida sin remedio a matar al hermano pequeño de su creador, a uno de sus colaboradores y a Elisabeth, la novia del doctor, en el día de su boda. De igual manera, la heterogénea grey que apuntala a Sánchez como presidente del gobierno, pronto sentirá la repulsa de una ciudadanía que no entiende tan disparatada alianza sino como una forma de escamotearle su derecho a expresarse en las urnas y que no olvidará los antecedentes criminales y antiespañoles de algunos de los "socios". Ojalá que Sánchez no arrastre a España cuando llegue a un final parecido al de la novela: el científico muere persiguiendo a su criatura y esta se suicida gritando: "¡Maldito sea el día en que recibí la vida, maldito sea mi creador!".

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